lunes, 9 de mayo de 2011

Osama bin Laden ¿Asesinado? ¿Profanado?

(postadeo en El Mostrador)
por Federico García

Recuerdo ese día. Era una fresca y luminosa mañana de otoño. Salí del edificio un poco atrasado, tomé Lexington y empecé a bajar. Había cierta tensión en las calles, gente detenida (cosa poco frecuente en Manhattan) y algunos que hablaban con otros. Seguí bajando y tomé Park. Oí a una señora que decía “parece que chocó otro avión…” No entendía lo que estaba pasando. Cuando llegué a Madison vi el humo y pensé que se habían incendiado los laboratorios de la universidad, pero al llegar a la Quinta vi las Torres Gemelas en llamas con los fierros doblados y una humareda negra, densa.  En la sala de clases supe lo que había pasado. Cuando colapsó el primer edificio fui a la biblioteca a mandar mails diciendo que estaba bien. Todos estabamos preocupados y nos preguntábamos si venía algo más. Habíamos sido  testigos de uno de esos hechos que cambian el curso de la historia. Quedó demostrado, contra Fukuyama, que aún después de la caída del muro, la historia no había terminado. Luego vino la invasión de Afganistán (la "tumba de los imperios") y la búsqueda de Osama bin Laden.

A propósito de esto, recordaba lo que decía un artículo en Foreign Affairs, cuyo autor postulaba que el siglo XXI sería más parecido al siglo XIII que al XIX por una compleja multipolaridad. Los estados nacionales tendrían que enfrentarse en igualdad de condiciones a otro tipo de entidades poderosas: empresas multinacionales, familias incluso, y a otras organizaciones. El terrorismo internacional es un claro ejemplo de esta nueva forma de interacción: un reducido grupo de personas de diverso origen que opera en distintos países le declara la guerra a un estado o grupo de estados, y con bastante éxito. 

Si las acciones de un grupo terrorista pueden coincidir en algo con las del lumpen, no son, sin embargo, del mismo tipo. Sus objetivos no son económicos, como los de una mafia, sino geo-políticos o ideológicos. Por tanto, para comenzar a entender este fenómeno, que al parecer nos acompañará durante un buen tiempo, hay que distinguir entre terroristas y crimen organizado (o delincuentes comunes).

Una organización terrorista se asemeja más que nada a un enemigo bélico. Ahora bien, los enemigos tradicionales de los estados nacionales suelen ser otros estados nacionales. El problema es que el combate al terrorismo, sobre todo al terrorismo internacional, es algo más bien reciente, y por su propia forma de ser, mucho más complejo ¿Qué pasa si ciudadanos de un país atacan a otro desde un tercer país? ¿Cómo ha de defenderse el país atacado, sobre todo si ha sido atacado varias veces y espera más ataques todavía?

En este contexto es más fácil entender operaciones como el raid que se realizó a la casa de bin Laden en Pakistán. A un agresor enemigo no se le juzga en un tribunal (si acaso, en un tribunal militar), porque las muertes que causa no son simples asesinatos, sino agresión cuasi-militar. La destrucción que causa no es simple vandalismo. Los terroristas no son delincuentes comunes, y no estaría bien –en vistas al deber que tienen los gobiernos de proteger a los ciudadanos- tratarlos como tales.

Dentro de ese mismo contexto se entiende que Bin Laden haya recibido un disparo en la cabeza, aún sin estar el mismo armado. Un operativo militar es distinto a un operativo policial. El combate urbano –así lo aprendí en el suprimido Batallón Germania- es rápido, violento y de alto riesgo. Cualquiera con algo de experiencia militar sabe que si se ataca un cuartel enemigo, y eso era la casa en Abbottabad, se dispara primero y se pregunta después. En esas circunstancias es razonable presumir, por lo demás, que el adversario hará lo mismo.

El entierro en el mar del cuerpo de Osama bin Laden también ha dejado a más de un observador consternado. Al leer la noticia me acordé del General Kitchener, que después de derrotar a los seguidores del difunto Mahdi en Sudán, en la batalla de Omdurman en 1898, profanó la tumba del susodicho, incineró los huesos y tiró las cenizas al Nilo. Y es que en oriente saben que un muerto puede hacer más daño que un vivo, como también lo sabían los militares bolivianos que fusilaron a Ernesto Guevera, y actuaron en consecuencia, dando a conocer su paradero final hace sólo pocos años. Antes de lanzar piedras acusatorias, hay que considerar que el gobierno de EE.UU. intentó tratar el cuerpo de Osama de acuerdo a la ley islámica, dándole sepultura antes de que pasara un día después de su muerte. Se ha dicho que se ha profanado el cuerpo, y que más bajo que eso no se puede caer: viene a la mente la imagen Aquiles arrastrando el cuerpo de Héctor alrededor de Troya. No fue esa la intención, sin embargo, la del que tomó esa decisión. Y se podría decir, además, que si una tumba se usa para propagar la violencia, esa también es una forma de profanación. Era razonable suponer que la tumba de Osama bin Laden, de existir, no sería un lugar dedicado a la oración.

El punto de todo esto es que antes de rasgar vestiduras y gritar ¡asesinato! y ¡profanación!, consideremos que a algunos les toca tomar decisiones difíciles en un contexto complejo, y arriesgar ensuciarse las manos por la seguridad de otros. Pueden cometer errores, pero nosotros también podemos equivocarnos al juzgar algo de lo que sabemos poco. Los que miramos a distancia podemos reconocer que desde la lejanía se nos pueden escapar algunos detalles.

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