Ahora que la derecha es nuevamente oposición y tiene tiempo
para reflexionar, conviene que medite sobre aquello a lo que se opone. La
izquierda chilena no es como las otras;
la Nueva Mayoría, o Vieja Concertación, no es como el Partido Laborista
inglés o como el Partido Demócrata estadounidense, ni siquiera como los
antiguos radicales. Tiene un lenguaje y fines propios, y no es fácil
comprenderla a la primera, salvo que accidentalmente se le escape lo que lleva
dentro, como le ocurrió al senador Quintana, pero eso es excepcional.
Si bien después del fracaso de los socialismos reales la
izquierda a nivel mundial ha pasado a una fase post-marxista, en Chile no ha
logrado hacer la transición completamente. De alguna manera sigue teniendo una
lógica, o al menos un simbolismo, de guerra fría. Sus miembros –aun los jóvenes–
muestran el puño en alto cada vez que
pueden. Por supuesto que esto no se aplica a todas las personas de izquierda,
pero sigue siendo sorprendente que un partido como el Demócrata Cristiano prefiera
aliarse con el comunismo antes que retirarse de la coalición de partidos de
izquierda.
En concreto, la derecha tiene que entender que la izquierda
habla otro idioma. No entiende la democracia como un sistema mediante el cual
el pueblo elige a sus gobernantes. Para ella, la democracia es el sistema
mediante el cual gobernantes de izquierda llegan y se mantienen en el poder.
Los derechos humanos, para la izquierda, no son universales, es decir, se
aplican sólo a humanos de izquierda. Lo mismo vale para la igualdad ante la ley
o el estado de derecho.
La tolerancia y el respeto
a la libertad de expresión se aplican de la misma manera, y por lo mismo, no
vale la pena exigírselos a la izquierda. No es que tenga un doble estándar o
sea incapaz de vivir sus propios principios, es que los principios de la
izquierda consisten en la consecución de su primacía, no una noción de justicia
universalmente aplicable.
Un párrafo aparte merece la Iglesia. La izquierda será
respetuosa de la Iglesia mientras le sea útil – ya sea para sobrevivir en
tiempos difíciles, predicar un evangelio que calce con su política o negociar
con grupos complicados. Pero en cuanto la Iglesia presente algún obstáculo para
el programa de la izquierda, cosa que inevitablemente ha de ocurrir, los
favores del pasado serán olvidados y comenzará algún tipo de persecución. El que la
mayoría del país profese una religión determinada no un asunto del que la
izquierda tome mucha nota, puesto que nociones como pueblo o identidad también
son definidas de manera particular.
Frente a esto, la derecha tiene que darse cuenta de que un
diálogo honesto con la izquierda es muy difícil. Debe exigirle a la izquierda
que defina los términos que usa, aunque parezca que sean comunes y entendidos
por todos. Lo que no está claro es cómo se convive con un grupo que tiene como
principal meta el poder, por cualquier medio posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario