A los que vivimos en regiones –a algunos, al menos– la consigna de “más Estado” hace que se nos
venga a la cabeza la idea de “más Santiago”. Todos parecen estar de acuerdo en
que la descentralización es algo bueno, pero son menos los que sabrían decir
por qué. Al fin y al cabo, parece
conveniente que todos nos vayamos a Santiago (esa es la tendencia, en todo
caso) y arrendásemos el resto del país un buen inquilino. A veces da la
impresión que la descentralización es más un asunto de mejorar la vida de los
Santiaguinos (tantos autos en las calles, tanta gente en el metro, tanto que
esperar para salir los fines de semana largos…) que del desarrollo de las
regiones.
Pero por cómodo que fuese reducir el país a Santiago (qué
eficientes las economías de escala, qué simples las campañas y promesas electorales en un espacio
tan reducido, qué fácil gobernar un país tan centralizado desde un poder
ejecutivo tan poderoso), la descentralización es necesaria. Para
ilustrar esto, un ejemplo.
Hace poco que una de las instituciones donde trabajo construyó
un nuevo edificio. Ganó un premio por ser un aporte arquitectónico a la ciudad
(parece que el secreto está en el hormigón a la vista), pero muchas salas
tenían un pequeño defecto: las ventanas no podían abrirse. Cualquiera sabe que
después de una hora haciendo clases con una veintena de alumnos o más, hay que
renovar el aire. No es que los arquitectos no lo hubieran pensado; la decisión
quedó en manos del poder central. Una unidad de aire acondicionado renovaría el
aire y regularía la temperatura según fuese necesario, sin la intervención de
la población local.
Por supuesto que la central de aire acondicionado no podía
saber si una sala en particular necesitaba más aire fresco que otra (por tener
más alumnos o más tiempo de clases) o mayor temperatura. Además, como el que
toma una mala decisión desde una central no sufre los efectos de ésta, es
frecuente que el poder central sea poco eficiente o poco involucrado.
Aun bajo circunstancias adversas no se puede caer en la
pasividad; el aire fresco en una sala de clases es una necesidad vital. Donde
el control centralizado cierra una ventana, el profesor y los alumnos abren la
puerta. Solución sub-óptima: desde los pasillos llega ruido, y en un sistema de
ventilación pensado para ser controlado centralmente las puertas se cierran
automáticamente. Mantenerlas abiertas requiere de un esfuerzo adicional. La
silla o el basurero sirven de tope o cuña, con el consecuente deterioro de
puertas y basureros. Un pequeño error al comienzo empieza a tener repercusiones
insospechadas.
Mucho de esto podría evitarse, pero es muy difícil que el
que tiene poder, el gobierno en Santiago, lo ceda, y en el intertanto, las
regiones se han acostumbrado a recibirlo todo de la capital porque no todos los
problemas son tan sencillos como ventilar una sala de clases en un moderno y
premiado edificio.
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