Se podría pensar que el programa de la Nueva Mayoría tiene
bastante de populista. Hay pocas cosas como una gran alza de impuestos para crear
tensiones y separar aguas. Los bonos permanentes, la gratuidad en la educación
superior, los guiños a “la calle” y ese tipo de cosas parecen confirmar esa
imagen.
Aun así, no es claro que el pueblo –lo que sea que signifique
esa palabra– esté muy comprometido con el programa de los actuales gobernantes.
En primer lugar porque nadie vota por programas, sino por emociones y lealtades
anteriores a justificaciones racionales –además, el programa del gobierno fue
entregado tan tarde que no daba el tiempo para leerlo informadamente antes de
votar. En segundo lugar, son muchísimos los que no se molestan en votar.
Pero hay algo más. Una buena parte del programa de la Nueva
Mayoría simplemente no está en sintonía con lo piensa o cree la mayoría, sino
que es el reflejo de una pequeña elite. Es cosa de ver temas como el ya tan
mencionado aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo o la marginación
de la religión. Desde las redes sociales y ONGs la realidad se ve de una manera,
pero twitter no es Chile.
Las cosas mencionadas arriba no son es accesorias al
programa. A proyectos de ley como el AVP e identidad de género se les ha puesto
“suma urgencia”. Este último recibió muy poca publicidad, hasta que hubo alguna
oposición por parte de la Alianza.
Esta parte del programa, al no ser preocupación de la
mayoría o, mejor dicho, al ser directamente contraria a la visión de la mayoría,
no tuvo mayor figuración en las campañas políticas. Las posiciones de los
candidatos frente a estos temas nunca se explicitaron. No es muy provechoso
especular, pero se puede suponer que de haberse puesto todas las cartas sobre
la mesa, el resultado final hubiera sido distinto.
Si acaso esto constituye engaño, abuso de confianza o al
menos desprecio por los electores (ya se ha escrito mucho sobre los silencios
de Michelle Bachelet), es algo puede discutirse extensamente. Pero tal como en
el mercado existe la publicidad engañosa, en la política democrática puede
existir el abuso y el fraude hacia el elector. Un desprecio así del hombre
común y su manera de ver mundo no puede venir sino de un sentimiento de
superioridad, muy propio del ingeniero social que va mucho más allá de la
planificación económica.
Es difícil ponerle remedio a este tipo de corrupción de la
democracia, salvo que los que una oposición convencida se atreva decirlo todo y
con claridad, sin miedo a que se la califique como promotora de una campaña del
terror. Esto supone, claro está, que la oposición de hecho piense distinto al
actual gobierno en las materias que fueron silenciadas durante la campaña.
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