por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)
No vaya a escandalizarse el lector contemporáneo, ahora que acaba de entrar en efecto la nueva ley contra el tabaco, con este título. Felizmente no es mío, sino de un poema anónimo al que el gran Johann Sebastian Bach se dignó ponerle música e incluirlo en el libro de música para su mujer, Anna Magdalena.
En el texto original, el poeta reflexiona sobre la vida, la muerte y la salvación de su alma, a partir de las evocaciones que le causa su pipa. Nuestro Jenaro Prieto hizo algo parecido en su ensayo “Humo de Pipa” y en algún otro, y en tan buena compañía, me dispongo a hacer lo mismo.
No quedan muchos que fumen pipa. ¿Será una señal de la decadencia de Occidente? Puede parecer una pregunta exagerada, pero aunque no sea inmediatamente evidente, le mostraré al despreocupado lector, cómo la pipa, aunque en forma muy pequeña, es una afirmación de la civilización y la cultura. ¿Cómo puede ser esto si el tabaco mata? Cierto, pero al final todos acabaremos en la tumba y quizás no esté demás tener a mano un memento mori. Al prender su pipa y recordar su mortalidad, el fumador recuerda que en esta vida no se encuentra el fin último: el olvido de esta verdad puede rebajar al hombre a la más espantosa frivolidad, como lo demuestra la movilización de ingentes recursos contra el tabaco, habiendo males mucho peores contra los que se hace poco y nada.
Pero eso no es todo. Para tener civilización, nos dice el profesor Pieper, compatriota de Bach, es necesario el ocio (se entiende que ocio no es un no hacer nada, sino actividad intelectual, contemplativa de la verdad, la belleza y el bien), y la pipa, por su misma naturaleza, lleva a separarse de la actividad directamente productiva que es la negación del ocio. Nadie puede fumar una pipa en apuros, como quien se fuma un cigarrillo entre clases o reuniones, para retomar luego su lugar en el frenesí cotidiano. Para fumar una pipa llena de tabaco hay que estar dispuesto a hacerse el tiempo y en ese tiempo se ponderan la vida y los hombres, como lo hicieron fumadores de pipa como Tolkien, Lewis, Eliade, Einstein y tantos otros.
La pipa tiene, además, sus propias virtudes; por ejemplo es generosa. El tabaco de pipa, a diferencia del de cigarrillo, es aromático y place a toda persona de buen gusto. La experiencia universal de los fumadores de pipa es que el fumador goza y los demás también con él.
Es cierto que la cultura puede perdurar, e incluso florecer, sin que los hombres fumen sus pipas, pero no puede haber pipas sin ella. Por eso, todo aquel que enciende su pipa con una llama brillante y exhala una nube de humo dulce y oloroso que sube al cielo, se rebela en contra de la barbarie y afirma la bondad de vivir humanamente, sabiendo que algún día volverá al polvo de dónde salió.
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