por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)
No conozco las razones prudenciales o buenas intenciones que puedan haber pesado a la hora de tomar las decisiones, pero el hecho es que en los dos últimos años ha habido paros, tomas y destrozos en las universidades y no se ha expulsado a casi nadie. En la mía, me parece que hubo solamente un expulsado, que había atacado físicamente a un profesor. Mi impresión es que algo parecido ocurrió en las demás universidades donde hubo paros, tomas y violencia.
No conozco las razones prudenciales o buenas intenciones que puedan haber pesado a la hora de tomar las decisiones, pero el hecho es que en los dos últimos años ha habido paros, tomas y destrozos en las universidades y no se ha expulsado a casi nadie. En la mía, me parece que hubo solamente un expulsado, que había atacado físicamente a un profesor. Mi impresión es que algo parecido ocurrió en las demás universidades donde hubo paros, tomas y violencia.
Ahora bien, el que ningún alumno haya sido expulsado de la universidad por causar destrozos o interrumpir el trabajo académico no quiere decir que todo haya quedado igual. Están los otros expulsados: los auto-expulsados. Son los que en estos dos años, al ver que algunos de sus compañeros no los dejarían avanzar en sus estudios -que es la principal razón para matricularse en una universidad- decidieron cambiarse a alguna otra más tranquila, que las hay. La prensa reportó algunos casos, y conversaciones personales con profesores y administrativos, me confirmaron que eran muchos, aunque ignoro si se habrá hecho un catastro exhaustivo. No está demás mencionar que los que abandonaron las universidades en paro por las que funcionaban con normalidad eran, en general, muy buenos alumnos, estudiantes que se tomaban su propia educación muy en serio.
Dentro de los auto-expulsados también están –si es que se puede usar esa expresión- los que no llegaron. Al menos donde yo enseño, las postulaciones han bajado. Es difícil explicar esta baja por el declive demográfico; eso se viene en unos años más. Al parecer los alumnos han elegido otros lugares para estudiar. (Chile tiene un índice de natalidad bajo el nivel de reemplazo y la tendencia es sostenida. Esto está comenzando a afectar a los colegios, pero no alcanza todavía a la educación superior. En todo caso, pese a ser un problema, las autoridades no dicen ni hacen nada al respecto.) La baja en matrículas tiene repercusiones muy directas –recortes de presupuesto– porque la universidad depende de los estudiantes para su sustento y funcionamiento. Esto es en sí mismo es un tema importante, pero tendrá que ser tratado en otra ocasión. Las políticas de austeridad, si bien insoslayables en casos como estos, repercuten en cosas como la dotación de las bibliotecas, el recambio de materiales, etc. afectando la capacidad de universidad para realizar bien su labor de investigar y enseñar.
Al final del día, aunque no haya habido expulsados por faltas a la disciplina, la universidad igual perdió alumnos. Los más perjudicados han sido los que se quedaron, que han visto bajar el nivel de su casa de estudios, y los profesores, que entre otras cosas, hemos visto nuestro trabajo interrumpido, sin que haya nada que pueda disuadir a los que quieran interrumpirlo de nuevo. Todo por no darse el trabajo de expulsar a unos pocos que se sirven de la universidad para fines ajenos a ella.
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