por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)
La venida de Raúl Castro a Chile marcó un pequeño hito, percibido por pocos, pero significativo. El tiempo dirá si ese pequeño hito crece hasta alcanzar un tamaño considerable, pero por ahora lo que importa es que por primera vez hubo críticas transversales, aunque tibias, hacia el régimen cubano, y no sólo eso, sino también hacia quienes lo han apoyado en el pasado. Es algo inédito: se ha cuestionado, también desde la centro-izquierda, a personas ligadas a partidos comunistas por violaciones a los derechos humanos.
La venida de Raúl Castro a Chile marcó un pequeño hito, percibido por pocos, pero significativo. El tiempo dirá si ese pequeño hito crece hasta alcanzar un tamaño considerable, pero por ahora lo que importa es que por primera vez hubo críticas transversales, aunque tibias, hacia el régimen cubano, y no sólo eso, sino también hacia quienes lo han apoyado en el pasado. Es algo inédito: se ha cuestionado, también desde la centro-izquierda, a personas ligadas a partidos comunistas por violaciones a los derechos humanos.
Pero junto con las críticas a Fidel y a Raúl Castro, y a sus seguidores en Chile, no faltaron críticas a la Unión Demócrata Independiente, que pedía información sobre los prófugos asesinos del Senador Jaime Guzmán, uno de los cuales al menos reside en Cuba. Este juego del empate, bastante estéril ya que barre con distinciones conceptuales y hechos históricos (metiendo todo en un mismo saco), da pie para una consideración.
Una de las cosas que llama la atención de los regímenes totalitarios es que agrupan a sus opositores en un conjunto y asignan responsabilidades y culpabilidades colectivas. Luego vienen los juicios, encarcelamientos y matanzas colectivas. Judíos, Kulaks y burgueses han sufrieron esta suerte durante el siglo XX. La injusticia de esto es patente, ya que las acciones son principalmente personales, y por lo mismo, las responsabilidades, premios y castigos.
Las críticas a la UDI han sido, como siempre, por su participación en el Gobierno Militar, y por asociación, en todos los males que se adscriben a esos diecisiete años (diecisiete años en los que se distinguen etapas muy diferentes, por lo que tampoco cabe meterlos todos dentro del mismo saco). Además de que la historia de la UDI no es simple (primero existió como movimiento que luego se fusionó con otros para formar el Partido Nacional, del que luego se escindió, y sólo se inscribió como partido en 1989) no corresponde juzgar a un partido entero, porque no corresponde juzgar a grupos de personas, sino a individuos. Eso es signo de totalitarismo, lo cual, por supuesto, no debería causar extrañeza en el caso en cuestión.
Ahora bien, los juicios a individuos requieren investigación, que es costosa, porque se debe basar en hechos, no en ideas. Además, la investigación de una persona puede hacer que se descubran cosas sobre otras, lo que puede terminar ensuciando a varias. El juicio general en cambio se hace desde la superioridad moral. Qué diferencia entre pedir información sobre un caso y juzgar a un partido entero, que, por lo demás, tiene muchos miembros nacidos después de 1989.
Aun así, la mente humana busca agrupar objetos en categorías comunes (que tienen cierta entidad, hay que decirlo), y lo seguirá haciendo con las personas aunque implique una injusticia. Frente a eso, hay que perseverar haciendo distinciones.
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