Hace unas semanas escribí algo liviano sobre el tabaco, y aunque pedí al lector que no se escandalizara, hubo alguno que lo hizo. Al parecer hay cosas sobre las que no se puede bromear. He aquí, entonces, una columna seria sobre la situación actual del tabaco.
En honor a la transparencia, comencemos con una declaración de intereses: soy fumador ocasional de pipa, y fumo habanos cuando me los regalan. No fumo cigarrillos, y no recibo dinero ni especies de la industria tabacalera.
Podemos continuar aclarando que todos los fumadores de tabaco que conozco –incluyéndome– están conscientes que el humo del tabaco es dañino para la salud corporal de quien lo respire. (Algo que, acerca de su propia hierba, los fumadores de marihuana son reacios a admitir –una vez un marihuanero me habló durante media hora sobre los beneficios de fumarse unos pitos regularmente– pero esto es accidental.) No es eso lo que se discute: el asunto es el celo con que se persigue a los fumadores, considerando el daño total del tabaco.
El tabaco, a diferencia de otras drogas legal o socialmente aceptadas, no genera crimen o patologías sociales, tampoco llega a alterar la conducta de manera en que se disminuya la conciencia o la capacidad de decidir. Esto hace que, socialmente, el tabaco sea bastante más inofensivo que otras sustancias que no parecen llamar mucho la atención de las autoridades. No por ello es el tabaco una planta inocente, pero dado que los recursos legislativos son limitados, el fumador se pregunta si acaso el legislador no tiene cosas mejores en las que ocupar su tiempo. No vamos a enumerar factores, o conductas, permitidos e incluso fomentados, que sí causan un deterioro social, para no ofender a quienes puedan sentirse aludidos.
El daño que causa el fumar está bien establecido, pero un análisis equilibrado muestra dos cosas. Primero, que el daño físico –enfermedad y muerte– es el destino que aguarda a todos, quiéranlo o no. Esto no implica que no se deba hacer un esfuerzo por conservar la vida, pero sí que la muerte o la pérdida de la salud no deban ser tratadas como el peor de los males. Ese parece ser el mensaje que trasmiten las autoridades. Este mensaje, por supuesto, implica una visión del mundo que pone casi todo el énfasis en un solo aspecto del ser humano. Esta manera de ver la vida es tan fuerte que hace que se justifique el morbo y el recurso al miedo (mediante imágenes) para impedir el tabaquismo, cosa que de tratarse de otros males generaría total rechazo.
En segundo lugar, si bien está establecida la relación causal entre tabaco y enfermedad mortal, esta relación no es completa: no todo fumador muere de causas relacionadas con el tabaquismo. (Además, si un fumador deja de fumar, al disminuir su riesgo de morir de cáncer pulmonar aumenta el de morir de otra causa.) Lo preciso sería hablar de riesgos, pero cuando se trata de tabaco la autoridad no usa matices, llega al punto que algunas cajetillas de cigarrillos llevan frases como “Cuando tu fumas, todos mueren” o “El tabaco te matará a ti y a los que te rodean” lo que es manifiestamente una exageración, pero si se trata de oponerse al tabaco, todo vale.
Dado el tipo de daño que provoca el tabaco, el celo con el que se lo persigue parece exagerado. Este celo exagerado es manifestación de un desorden humano más grave que el fumar habitualmente unas hojas de tabaco. Eso es lo que tenemos los fumadores contra quienes han hecho del fumar un crimen horrible e imperdonable, cuando entre gente razonable este tipo de diferencias se solucionan con buenos modales.
Pareciera que las autoridades se sacan un peso de encima persiguiendo el tabaquismo mientras no son capaces de hincarle el diente a reales problemas como serían el embarazo adolescente, el consumo de marihuana que mencionas y otros con consecuencias sociales mucho peores que lo del tabaco, pero en esto también hay modas.
ResponderEliminarSaludos
¡Acabo de ver que me has puesto en tu "panteoncito" de la barra lateral! Muchas gracias, es un honor estar en esa compañía para un sitio de minucias tan corrientes. Gracias
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