por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)
Hace un tiempo tuve la oportunidad de conocer a un estudiante de Alemania. No venía de intercambio, sino a trabajar en un proyecto relacionado con su memoria de Ingeniería. Este estudiante hablaba cuatro idiomas y también había estudiado latín y griego. No era, sin embargo, un ratón de biblioteca: disfrutaba del deporte y de las excursiones al aire libre. También tocaba guitarra clásica (además de las canciones populares). No está de más decir que en su patria había hecho dos años de servicio militar.
Las comparaciones suelen ser odiosas y sería ingenuo pretender que los estudiantes chilenos lleguen a ese nivel en un futuro cercano. No sé tampoco si querrían llegar a ese nivel. Lo que me llama la atención, en todo caso, más allá de los logros específicos, es la dedicación y el aprovechamiento del tiempo. No se llega a tener ese tipo de educación por casualidad, son horas y horas invertidas pacientemente hasta llegar a un resultado que a nosotros nos parece una utopía.
Recuerdo esto porque para muchos pronto empiezan las vacaciones. Algunos pueden decir que son un merecido descanso, otros tendrán que preguntarse honestamente si es que de verdad se cansaron estudiando durante el año.
Más allá de la pregunta, demasiado tarde hacerla ahora, lo que se plantea es el sentido del descanso y el uso del tiempo, y lo que esto revela sobre cada uno. Puede no ser obvio, pero hacia dónde gravita una persona en sus momentos de ocio pone de manifiesto aquello que realmente le importa. “Educación de calidad” fue el grito de guerra este año escolar. ¿Qué harán la mayoría de los estudiantes ahora que no hay obligaciones? ¿Usarán su tiempo de una manera que contribuya a alcanzar ese noble fin, o sufrirán una especie de apagón cerebral?
Poco antes de acabar las clases les dije a mis alumnos que era hora de pensar qué libros iban a leer durante las vacaciones. La reacción -amable- de rechazo fue automática y casi unánime. Fue también una reacción de sorpresa, como si hubiera propuesto algo contradictorio o absurdo. Debo confesar que me deprimí un poco. No se trata de hacer en vacaciones lo mismo que se hace durante el año, pero tampoco de dejar que el tiempo pase en vano, permitiendo simplemente que febrero sea un mes perdido, un mes que no deja nada más que una resaca o los ojos cansados de tanto mirar una pantalla (no exagero, un estudiante me dijo que pasaba casi todas sus vacaciones frente al televisor o al computador).
La educación verdadera, y de calidad, necesariamente tiene que tocar el tiempo libre, porque es algo que involucra a toda la persona. No se puede pretender ser una persona educada y pasar las vacaciones como si se viviese en las cavernas.
¿Será este verano el verano de la educación de calidad, o será como cualquier otro (sólo que algo más breve)? Este febrero nos mostrará lo que de verdad hay dentro de cada estudiante: el afán de cultivar el intelecto cómo sólo puede hacerse cuando hay tiempo libre, o consignas vacías.
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