El cambio de gabinete ha bajado la temperatura de la crisis
política. Al parecer el Bacheletismo, aceptando su baja popularidad, ha
decidido moderarse, al menos en las formas. La derecha se alegra: sin que
tuviera que hacer mucho, el adversario ha colapsado por su debilidad interna. Las
cosas han vuelto a su cauce normal, la política a la que estábamos
acostumbrados. Pero la baja en la popularidad del gobierno no es necesariamente
una buena noticia para la derecha. Por poco que aprueben del gobierno muchas
personas, a la hora de la verdad, van a seguir votando por la izquierda; otros,
simplemente, no votarán; y la popularidad de la oposición sigue siendo baja.
Sin embargo, parece que la derecha simplemente sigue a la espera de un
desenlace pre-escrito. Puede que Michelle Bachelet nunca vuelva a ser la de
antes (en política nunca se sabe), pero la indignación ciudadana no puede
sostenerse indefinidamente: la atención y memoria del público son cortas. Si la
crisis se vuelve permanente la gente se acostumbrará a vivir con ella, después de todo, hay países
que se encuentran en un estado de corrupción mucho peor que el nuestro y, a
pesar de todo, la vida se las arregla para continuar.
Por lo mismo, aguantar y esperar que pase la crisis es una
mala estrategia para la derecha. Las consecuencias podrían ir mucho más allá de
la próxima elección. En cierto sentido la clase política ha sido víctima de su
propio relato: los políticos se habían erigido en protectores de la gente
frente a los abusos de los grandes empresarios y ahora resulta que recibían su
dinero y hasta se comportaban como ellos. Para la persona de a pie, la sensación
de impotencia es grande. Parece que no hay manera de escapar del sistema,
parece imposible que las cosas cambien. A nadie le gusta sentirse forzado. Frente
a eso, la idea de empezarlo todo de nuevo se hace muy tentadora. La clase
política aún tiene su poder, pero ha perdido autoridad, y ese poder sin
autoridad genera resentimiento.
Pero esto no tiene terminar necesariamente en una gran
hoguera de cuyas cenizas renazca la sociedad (el eterno sueño revolucionario).
De las crisis se puede aprender. La ciudadanía está siempre dispuesta a
perdonar y a comprender, por algo Bachelet pudo ser re-elegida tras el
Transantiago y el terremoto del 2010. Pero para lograr eso hay que pedir
perdón. El primero que haga un reconocimiento de culpa y tome las medidas
correspondientes tendrá las mejores posibilidades de recuperar parte de la
credibilidad perdida.
Pero además de eso, es tiempo oportuno para corregir algunos
problemas del sistema político, tal como el sistema político pretende corregir
los problemas del sistema económico. (El problema es que la limitación del poder
político sólo puede venir de sí mismo.) Es una oportunidad que la derecha puede
aprovechar para promover sus ideas, por encima de la defensa de sus políticos. Propuestas
no faltan: limitar las re-elecciones de todos los cargos de elección popular,
congelar las dietas parlamentarias (y que el aumento se haga efectivo en el
período siguiente), bajar los impuestos que afectan a los más pobres, como el
IVA (recortar el dinero disponible es quizás la manera más efectiva de limitar
el poder político), disminuir los cargos disponibles para amigos y parientes (eso
implicaría, por ejemplo, que las embajadas dejen de ser premios y que vayan,
como mínimo, a alguien que hable el idioma del país), constituir en entidades
autónomas, como la Contraloría, otros órganos del Estado, como el Servicio de
Impuestos Internos , dar mayor autonomía a las regiones, etc. Estas cosas
implican sacrificios, pero de no hacerlos el costo, para el país, puede ser
mucho mayor y una oportunidad como ésta, para tomar la ofensiva, probablemente no
se presente en mucho tiempo.
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