martes, 3 de junio de 2014

Lo que se puede discutir y lo que no

Michelle Bachelet ha dicho que es democrático discutir sobre el aborto y que el país está  maduro para ello. Eduardo Frei dijo hace algunos años algo parecido: que en democracia puede discutirse cualquier cosa. Pero eso no es cierto. Desde un punto de vista teórico, para poder discutir hace falta algo indiscutible que sea el punto de partida, de lo contrario ocurre una regresión al infinito. Esto no quiere decir que el punto de partida sea irracional, de hecho, tiene que ser evidente. Pero a cada orden de cosas le corresponde su propia base (como se evita caer en la circularidad, además de la regresión infinita, es algo que excede las pretensiones de esta columna).

Lo que no se discute es lo que se asume. Habría que ver qué es lo que se asume en democracia, o qué es lo que asume la democracia como forma de gobierno. Un sistema democrático parte de la igual dignidad de todos quienes participan él. Eso no se discute, eso no puede discutirse en una democracia porque si se hace, deja de ser democracia. Es por esta razón que, con mayores o menores restricciones, opera la ley de la mayoría (sería absurdo decir que manda la mayoría porque la mayoría así lo decide).

Lo anterior ya es un tanto problemático, porque no todos participan o pueden participar en la democracia. Fuera de ella quedan, entre otros, los menores de edad y los extranjeros. Sin embargo, aunque no sean ciudadanos, los que no participan también gozan de las garantías de la democracia, porque se los reconoce como iguales en lo sustancial. ¿Pero quién dice que los menores de edad y los extranjeros merecen el mismo respeto que los ciudadanos? No parece razonable aceptar que sean los mismos ciudadanos que decidan eso, porque el que otorga derechos puede quitarlos, unos quedarían sometidos a la voluntad de otros en lo esencial, y la democracia dejaría de serlo. Simplemente se reconoce (y esta es la palabra clave) que todo el que es como uno, es decir un ser humano, merece el mismo respeto que uno.

En la medida en que se discute el fundamento mismo de la democracia, se hunde; pasa a ser una tiranía de la mayoría. Se puede decir que si en democracia es importante aquello que se discute (gobierno, economía, educación, etc.), aquello que no se discute es más importante todavía. A nadie se le ocurriría, por ejemplo, que se puede deliberar sobre la validez de la tortura o cosas parecidas.

Que en democracia haya cosas que no puedan discutirse no constituye un límite, sino una base. En democracia no todo puede discutirse,  pero lo que se discute pueden discutirlo todos (o todos son tomados en cuenta). En un gobierno totalitario, en cambio, todo puede discutirse, pero sólo lo hacen quienes tienen el poder. Deliberar acerca de la protección que merece un grupo de seres humanos –discutir sobre el aborto– es  socavar la base de la democracia. Si se puede cuestionar el derecho a la vida de un no-nacido, todos los demás derechos quedan en entredicho.

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