Con el cambio de mando se hace patente la realidad: el
gobierno de la derecha ha terminado. Duró sólo un período y acabó con la peor
derrota electoral en mucho tiempo. Es tentador echarle la culpa a las
dificultades y factores externos, que los hay, pero lo que diferencia al adulto
del inmaduro es poder hacerse cargo de la propia responsabilidad en los
fracasos.
Este fracaso en las elecciones es especialmente duro, sobre
todo porque en aquello que el gobierno se propuso y más valora, lo hizo
relativamente bien, y mejor que el gobierno anterior, que es el que asume
nuevamente. A pesar de esto, el gobierno de derecha no logró prolongar su
mandato.
La pregunta que surge cara a las próximas elecciones es qué
puede ofrecerle la derecha a Chile. Hacer las cosas bien, fomentar crecimiento
económico y aumentar libertad de emprender son cosas muy buenas, pero no son
ideas que puedan generar una adhesión profunda (apuntan, en el fondo, a asuntos
privados). No es sólo un problema de comunicación, que la derecha sin duda
tiene. La izquierda usa un lenguaje moral (justicia, equidad, derechos) mientras
que los partidos de derecha no pasan del lenguaje de la eficiencia.
La reducción de la política a la economía es lo que ha sido
llamado el materialismo histórico de derecha (¡ironías de la historia!). No es
que la izquierda no sea materialista, al contrario, pero hay dos
consideraciones. El materialismo de la izquierda se viste con un ropaje moral,
que hace que parezca algo más de lo que es realmente, y en segundo lugar, si
hay que escoger entre dos materialismos, la mayoría preferirá el materialismo
que ofrezca más cosas con el menor esfuerzo.
Si la derecha quiere tener una oportunidad en las siguientes
elecciones tiene que ver qué puede ofrecer al país. Si intenta ofrecer lo mismo
que la izquierda, a un nivel superficial, está perdida. La izquierda siempre
podrá ofrecer más (más impuestos, más subsidios, más bonos). Ahora, si intenta
ofrecer lo mismo que la izquierda en un nivel más profundo (una visión
coherente de la persona y de la sociedad), podría hacerle el peso.
Esto no puede formularse en unos pocos párrafos, ni siquiera
en un tomo: precisamente el ordenamiento y planificación de la sociedad en base
a nociones pensadas por unos pocos es la marca de la ideología (especie de Transantiago
social) que combatieron los conservadores desde Edmund Burke. Por de pronto,
podría empezarse con una defensa de lo que queda: el nuevo gobierno ha mostrado
en su programa ser profundamente hostil a las creencias más profundas de la mayoría
que dice representar. No estaría demás, tampoco, empezar a repasar algunos
autores del sector, como el mencionado Burke. Si hay algo después del gobierno
24/7, es tiempo.
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