jueves, 23 de enero de 2014

Consideraciones sobre el Barón Munchausen

La biblioteca de la escuela de Reigolil es sorprendentemente buena. Hace unas semanas pude leer ahí un pequeño libro de Stefan Zweig que buscaba hace tiempo y algunas otras cosas interesantes. Me sorprendió encontrar una versión de las Aventuras del Barón Munchausen, un libro que mi abuelo solía leernos los domingos en la tarde. La película, la de 1988, fue una de las primeras que me llevaron a ver al cine.

Comentando el hallazgo con un colega, consideramos que la estructura de algunas de las aventuras se repite en varios cuentos de hadas e incluso en un cuento tradicional chileno: el héroe consigue varios servidores, cada uno de ellos con alguna habilidad única, con los cuales sortea diversas pruebas. El héroe, sin embargo, no posee habilidades específicas, sólo inteligencia para dirigir a los especialistas. Mi amigo me hizo notar el parecido de esta estructura con la consolidación del poder real en Europa “el rey de Francia, rodeado de sus ministros (cada uno con su función)”, y la conversación nos llevó al problema de la política y la técnica, tan presente en los últimos cuatro años.

Este problema no siempre se entiende a la primera. La actividad humana es variada, puede ser económica, médica, bélica, educativa, etc. Todos esos aspectos son necesarios, pero si uno de ellos gobierna a los demás se puede producir un desorden. La actividad humana que gobierne a las demás tendrá que ser una actividad no-específica, a un nivel distinto de las otras. En la vida personal se llama ética, en la vida en sociedad, política. Lo totalmente humano no es reducible a uno de sus aspectos.

Las conclusiones que se siguen pueden resultar interesantes. La función principal de un gobierno sería, por redundante que parezca, gobernar. Lo menciono, porque cuando lo pregunto en clases la respuesta suele ir por alguna actividad específica, generalmente asociada a la provisión de servicios. “La función del gobierno es entregar salud / educación / satisfacer mis necesidades”, son respuestas típicas.

Decir que gobernar sea educar, o curar, o incluso crear oportunidad para generar riqueza es finalmente reductivo. Lo es, además, por partida doble. Primero, porque la salud, la instrucción, la solvencia económica, etc. son principalmente asuntos individuales, aunque sean de muchos individuos. Cuándo un problema de muchas personas se transforma en un problema social es una cuestión prudencial, pero los asuntos comunes van más allá de la agregación o suma de los personales.

En segundo lugar, es reduccionista olvidar la función general o política del gobierno porque supone dar a alguna actividad específica preeminencia por sobre otras –aunque haya jerarquías– pero desde la misma visión parcial. Tiende a producirse una pugna entre las distintas actividades, y suelen salir victoriosas las actividades económicas o médicas, por ser las más básicas o necesarias, pero eso es justamente poner las cosas al revés.  

Y esto es lo que consideraba en un aislado internado rural, al encontrar un libro que solía leerme mi abuelo.

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