martes, 19 de noviembre de 2013

De callejeros a falderos

Chile tiene un problema con los callejeros: hay muchos, están fuera de control, ensucian todo y pueden ser violentos y hasta rabiosos. Además, no se los puede tocar o encerrar, si alguien lo hace, el clamor de sus defensores  hace temblar a la autoridad. El problema persiste, pero la autoridad que asumirá el poder fue particularmente astuta: los domesticó. A los que mostraban los dientes y gruñían les ofreció un pedazo de pan. Ante la vista del alimento que les mostraba el amo, dejaron de ladrar y movieron la cola. La perspectiva de una buena vida, encerrados, eso sí, les hizo lamer la mano que les daba comer.

Esa es una manera de ver las cosas. La otra la tomo de una frase de la película “Quiz Show” (1994). Un inescrupuloso empresario le dice a un joven abogado que investiga un programa de televisión que  “el público tiene una memoria muy corta”. Esto, además de ser cierto, guía el actuar de quienes necesitan del público para vivir. Supongo que los que tenemos la memoria más larga no contamos como público.

Quizás el futuro gobierno no necesitó comprar a los que juraban y re-juraban que jamás se iban a integrar al sistema; quizás estaba todo bastante planificado para obtener algunos puestos en la cámara baja. Bastaba con declarar vehementemente en los inicios que el movimiento no era político –y que no tenía fines políticos– sino social, para después inscribir la candidatura con tranquilidad. Bastaba con declarar fuertemente que jamás se apoyaría a la persona que los dejó en la estacada el 2005, para después hacer campaña sin sufrir ninguna penalización. Bastaba con fustigar duramente el sistema binominal para después aceptar un blindaje como en la peor política de pasillo casi sin reclamos.

Total, el público tiene una memoria muy corta. Quedando las imágenes, sensaciones y emociones, el discurso puede ser cambiado sin mayores problemas.  Los que ladran tienen suficiente habilidad para guiar al rebaño que balando feliz se dirige a los galpones. Sus amos se quedan con la leche y la lana y a ellos también les toca un poco.

El único reproche puede venir de quienes no son el público, porque es sabido que los que ensucian las calles, ladran y gruñen, no tienen conciencia, aunque a veces muevan la cola, saquen la lengua y pongan caritas de pena o simpatía.

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