Chile tiene un problema con los callejeros: hay muchos,
están fuera de control, ensucian todo y pueden ser violentos y hasta rabiosos.
Además, no se los puede tocar o encerrar, si alguien lo hace, el clamor de sus
defensores hace temblar a la autoridad.
El problema persiste, pero la autoridad que asumirá el poder fue
particularmente astuta: los domesticó. A los que mostraban los dientes y
gruñían les ofreció un pedazo de pan. Ante la vista del alimento que les
mostraba el amo, dejaron de ladrar y movieron la cola. La perspectiva de una
buena vida, encerrados, eso sí, les hizo lamer la mano que les daba comer.
Esa es una manera de ver las cosas. La otra la tomo de una
frase de la película “Quiz Show” (1994). Un inescrupuloso empresario le dice a
un joven abogado que investiga un programa de televisión que “el público tiene una memoria muy corta”.
Esto, además de ser cierto, guía el actuar de quienes necesitan del público
para vivir. Supongo que los que tenemos la memoria más larga no contamos como
público.
Quizás el futuro gobierno no necesitó comprar a los que juraban
y re-juraban que jamás se iban a integrar al sistema; quizás estaba todo
bastante planificado para obtener algunos puestos en la cámara baja. Bastaba
con declarar vehementemente en los inicios que el movimiento no era político –y
que no tenía fines políticos– sino social, para después inscribir la
candidatura con tranquilidad. Bastaba con declarar fuertemente que jamás se
apoyaría a la persona que los dejó en la estacada el 2005, para después hacer
campaña sin sufrir ninguna penalización. Bastaba con fustigar duramente el
sistema binominal para después aceptar un blindaje como en la peor política de
pasillo casi sin reclamos.
Total, el público tiene una memoria muy corta. Quedando las
imágenes, sensaciones y emociones, el discurso puede ser cambiado sin mayores
problemas. Los que ladran tienen
suficiente habilidad para guiar al rebaño que balando feliz se dirige a los
galpones. Sus amos se quedan con la leche y la lana y a ellos también les toca
un poco.
El único reproche puede venir de quienes no son el público,
porque es sabido que los que ensucian las calles, ladran y gruñen, no tienen
conciencia, aunque a veces muevan la cola, saquen la lengua y pongan caritas de
pena o simpatía.
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