Ahora que pasó el debate presidencial, la candidata de la Nueva Mayoría ha comenzado a hablar –en general para contradecirse de cosas dichas anteriormente. Se ha criticado mucho su silencio, se ha dicho que es irresponsable (literalmente), que es una falta de respeto, que no es democrático, etc.
Pero hay algo más sutil en esto, no sólo de Bachelet, sino de su sector político. Es el control de los términos del debate. Bachelet y la izquierda en general, si no controlan el debate, se retiran. La razón es clara: el que logra controlar el qué y el cómo de una discusión puede ganarla más fácilmente, llevándola a su propio terreno. El marco que se le da a un asunto termina afectando cómo lo ve la gran mayoría, y por lo tanto determina el consenso.
Ejemplos de esto hay muchos, podemos tomar, para ilustrar, una consigna sobre el aborto: “hay que legislar sobre el aborto en Chile”. La cantidad de cosas que asume esa propuesta sin hacerlas explícitas hace que se deslicen bajo el radar sin llamar la atención (recuerdo la cara de sorpresa que puso un colega cuando le informé que no era necesario porque ya había legislación sobre el tema: el aborto está prohibido). O los derechos humanos, que –hemos llegado a creer– no dependen del sujeto, sino de quién los viola. Y así.
Es más fácil debatir sobre un debate que debatir hechos o ideas. Es imposible no acordarse de Ricardo Lagos que en medio de acusaciones sobre ciertas prácticas de su gobierno, pomposamente establecía que había llegado el momento de guardar silencio. Es más cómodo discutir cuándo y cómo debe hablar un ex presidente, que discutir si acaso el ex presidente en cuestión incurrió en graves hechos de corrupción. En fin, quizás no habría tantos goles de media cancha si supiésemos un poco más de retórica y argumentación.
Pero más allá de esa actitud de equipo qué sólo acepta jugar de local (al final los demás terminan cediendo) se descubre algo más profundo. Se propone una alternativa artificial y forzada: se habla de lo que yo quiero, como yo quiero, o se guarda silencio. O yo o nadie. ¿O es que pocos recuerdan que hace un tiempo la izquierda decía que si no ganaba ella no habría gobernabilidad? O la izquierda o el caos. Eso ya no es debate, es amenaza, y la democracia no puede darse entre amenazas. Parte del problema es que todavía no sabemos bien que se entiende por democracia. Ahora, cómo se convive con alguien para quien la democracia tiene un valor puramente instrumental, no lo sé.
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