martes, 1 de octubre de 2013

Otra vez paso

Es un tanto sorprendente que una canditata presidencial pueda auto-marginarse de un debate por “razones de agenda” (¿qué más puede haber sido?) y no sea marginada de la elección misma por la opinión pública.

Se comprende que Michelle Bachelet no quiera ir al debate; un debate con nueve participantes no puede aportar mucho. Además, no todos los candidatos son iguales; hay varios que no tienen ninguna posibilidad de ganar y tampoco ninguna proyección: si tienen algo que decir, el respeto al tiempo de los electores debiera llevarlos a buscar otros medios para entregar su mensaje. Y sobre todo, a Bachelet no le conviene ser cuestionada en público porque ella vale por su imagen y los afectos que suscita, no por sus ideas y menos por lo que ha hecho.

Aun así, que la principal candidata en una elección no participe en un debate es una pésima señal para la democracia. Comencemos notando la explicación: razones de agenda. Como excusa no convence, se esperaría que al menos dijera qué cosa tan importante tiene en su agenda a la hora del debate. Al parecer a nadie le importa mucho que una candidata le mienta al país de manera tan liviana, o que tenga cosas más importantes que hacer que ir a un debate. Ella misma sabe eso y lo aprovecha, ya ha dicho que en una elección hay ciertas imágenes que son “grito y plata”.

Por lo mismo, las ideas, la oportunidad de confrontarlas y la capacidad de ponerlas en práctica, son algo absolutamente secundario. De hecho, sus ideas sobre algunos temas fundamentales para los chilenos no son las de la mayoría, pero eso no le importa a ella, ni a la mayoría. Se esperaría, en todo caso, que los electores quisieran menos a quien los desprecia con una sonrisa tan simpática.

Pero esto es abusar del sistema, la democracia no es un concurso de modelos (quizás ha llegado a ser eso, pero los se llenan la boca con esa palabra podrían guardar las apariencias de mejor manera). La democracia se basa en el valor de la persona corriente, su uso como peldaño para acceder a cargos es una perversión de ella. Uno se pregunta qué es lo que tendría que hacer un candidato para que quien piensa votar por él, o ella, cambie de opinión. Si la respuesta es que es imposible, que el candidato tiene carta blanca, es que se ha llegado al fanatismo o a la inconciencia, que no son buenos para la democracia. Del desprecio de los políticos por sus electores al desprecio de los electores por el sistema no puede haber mucha distancia.

Quizás en la segunda vuelta –si la hay– se pueda tener un debate serio, en que se muestre el respeto mutuo entre candidatos y personas de a pie, pero quizás a esas alturas algo así importe poco. 

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