por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)
Se debate en el Senado un proyecto de ley sobre aborto. Un argumento frecuente para liberalizar la ley actual es que nadie puede imponer su propia visión de la realidad a otros. Como no es la primera vez que nos enfrentamos con algo así, quizás el pasado pueda iluminar la situación presente.
A fines del siglo XIX y a comienzos del XX había gente que se dedicaba a cazar indios en la Patagonia. Algunos lo hacían por dinero, otros por deporte. Vendían sus cráneos a museos en Europa o sus orejas a estancieros. Se retrataban con la “pieza” cobrada. Seguramente llegaron a pensar que los Selk’nam eran animales: su color era distinto al de los europeos y emitían unos sonidos que nadie podía entender. El mismo Darwin había escrito sobre ellos “cuesta creer que sean humanos”. Es casi comprensible que un europeo llegara a considerar a un Ona como a una alimaña que le comía sus rebaños y no como a su semejante. Frente a esta situación ¿quién soy yo para imponerle a un cazador de indios mi visión de quién es humano?
El problema de imponer la propia visión puede ser grave, hasta llegar a impedir lo que otro quiere hacer. Sin duda que a un cazador de indios, como lo fue el escocés Alexander McLennan, le habría molestado si alguien le hubiera impedido su tarea, se habría sentido violentado. ¿Quién soy yo para decirle a él quién puede y quién no puede ser cazado?
El problema es apremiante cuando la visión de las cosas que tiene una persona implica decir que algunos otros no son humanos. Sin duda que los Selk’nam y los misioneros salesianos querían imponer su visión de las cosas a los colonos, pero Julius Popper y su gente no se dejaban. Seguramente le habrían dicho al padre Agostini algo así como “si se opone a las cacerías de indios, pues no participe, pero no nos imponga su visión de las cosas”. Nadie logró imponer una visión particular a los cazadores de indios. Conocemos el resultado.
¿Qué hacer cuando se contraponen dos maneras incompatibles de ver la realidad? Una posibilidad es que se resuelva de manera “natural”. En ese caso suele perder el más débil, como ocurrió con los indios de la Patagonia. No podemos preguntarles su opinión de este asunto, porque no quedó ninguno. Es muy cómodo, para los que no quieren que otros les impongan su visión, dejar que las cosas sigan su curso y exigir que nadie interfiera.
Pero dejémonos de cuentos; cuando algo importa, cuando hay un bien evidente de por medio, nadie tiene inconveniente en imponer una cierta visión de las cosas. Nadie duerme intranquilo porque al ladrón se lo juzgue y encarcele si es hallado culpable. El ladrón, por supuesto, está en desacuerdo, pero se le impone una visión acerca de la propiedad privada aunque él no la comparta.
Por supuesto que no es fácil determinar qué visiones de las cosas se imponen por ley y cuáles se dejan en libertad para que se decidan “naturalmente”. Pero cuando se trata de decidir quién es un ser humano con derecho a vivir es mejor no estar de lado de “Chancho Colorado” McLennan, simplemente por no querer imponer a otros algo evidente.
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