lunes, 12 de marzo de 2012

Sincerando la sociedad pluralista: una breve respuesta a Cristóbal Bellolio

por Federico García (posteado en El Mostrador)

La última columna de Cristóbal Bellolio plantea algunas cuestiones interesantes sobre lo que significa ser tolerante y abierto, sobre lo que se puede exigir a una persona respecto de otros, y sobre lo que conviene hacer como sociedad respecto de nuevas transformaciones.

Sin embargo, la idea central de su columna presenta un problema que se suele pasar por alto. En concreto: luego de la golpiza a Daniel Zamudio por parte de un grupo neonazi, Bellolio aboga por una sociedad ya no tolerante, sino diversa o plural. La sociedad diversa reconoce que los diversos modos de vida la enriquecen y por eso no deja a nadie fuera de ella. La pregunta que surge es si acaso una sociedad diversa aceptará también la diversidad que supone tener grupos neonazis.

La respuesta, supone uno desde el sentido común, es que no. La sociedad abierta no puede ser tan abierta que albergue a quienes quieren destruirla o hacerla menos abierta. Ellos no son celebrados, no pueden ser siquiera tolerados. (Quién decide quienes caben, o no, es un problema práctico, pero no menos importante.) Parece que con esto se acaba el problema, pero esta solución descubre otro: la sociedad plural se pone a sí misma como un bien a proteger, usando la fuerza si es necesario. Es decir, se comporta de modo parecido a las sociedades tribales cuando percibe una amenaza. Dónde, cómo y quién determina que la sociedad diversa es la mejor no es claro, la sociedad pluralista suele dar por supuesto su propia superioridad sin mayores indagaciones. (Bellolio dice que la sociedad abierta es la que más conduce a la felicidad. Me parece que ahí está el meollo del asunto, ya que una noción de lo que hace feliz es inseparable de una cierta idea del hombre, que es dónde difieren las distintas sociedades. Por lo mismo, esa afirmación requiere de una fundamentación más extensa.)

Es natural que cada sociedad se proteja y se ponga a sí misma como modelo de bien, o como la mejor forma de alcanzar la felicidad, pero en una sociedad plural se supone que no hay un solo modelo de bien, porque cada uno puede buscar la felicidad como mejor le acomode. Es decir, en la práctica, una sociedad abierta tiende a negar lo que dice ser en teoría. (Esto puede verse claramente en algunos países dónde la libertad de expresión ha sido restringida por grupos que se sienten discriminados.)

Lo que he dicho aquí es bastante obvio, lo hago para dejar en claro que la diversidad y la apertura de la sociedad plural no son totales, y esto es porque que la sociedad plural tiene una visión de lo bueno –como cualquier otra sociedad– que está dispuesta a imponer sobre visiones rivales. Puede ser que esto sea tan claro que no haga falta decirlo, puede ser que no se diga por inadvertencia, o puede ser que entre lo que lo que valora la sociedad plural no esté la sinceridad respecto de sí misma.

4 comentarios:

  1. Está claro que no es llegar y decir que a uno le gusta una sociedad plural, basta ver los conflictos que la inmigración ha producido en países como Francia. Por mi parte preferiría una sociedad pluralista, donde la expresión de ese pluralismo quede reucido a su más mínima expresión, es decir, me da lo mismo si usted es del Opus dei, nazi o musulmán, lo único que le exijo es que no se le note, como ocurre por ejemplo en Rep. Checa.

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  2. Siento que esta "respuesta" busca hilar demasiado fino. Si bien es cierto que lo que consideramos felicidad varía de un tipo de sociedad a otra, el bienestar, como ser humano está más cerca de ser transversal.

    Una sociedad plural o diversa debe albergar todo tipo de ideologías y no puede decidir quien "cabe o no" en ella, en el momento que se haga, deja de ser plural o diversa, pues empezamos a sentir que podemos decidir sobre las libertades de otros.

    Ahora, el problema no es que los neonazis se consideren así mismos miembros de una raza superior, el problema radica cuando deciden sobre la vida de otros, con la convicción de que su visión es única verdad y deben hacerla valer por sobre la de otros, terminando en este y otros casos (partidos de futbol, debates políticos, etc) en actos de violencia.

    Lo mismo hace quien desea evangelizar a un ateo, o el ateo que se burla de las creencias de otro. El gran problema, según pienso, está en esa necesidad de hacer valer nuestras ideas y forma de vida por sobre la de otros.

    Yo al menos siento que no tengo el derecho de "tolerar" o "aceptar" a otra persona que piense o viva diferente a mi, ni debería preocuparme por si otros toleran o aceptan como vivo o pienso, ¿que me da el derecho de tolerar o no lo que otro haga con su vida mientras no influya en la mía?. Mientras esta no sea coartada por libertades de otros, no debería sentir que tengo el derecho de involucrarme y decidir por otros.

    Creo en lo personal que lograr una sociedad diversa y a la vez empática es una meta que dependerá de un camino de evolución, camino en el que todos somos actores válidos, tanto los que hilan muy fino, como los que no.

    Saludos,

    Rodrigo Maragaño.

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  4. Me gustaría que el autor de la columna sincerara completamente hacia qué lugar va dirigido su comentario.

    Lo que usted afirma no es más que un truísmo, pero no por serlo deja de tener cierta importancia: es cierto, algunos sectores que predican el pluralismo olvidan que el concepto mismo de sociedad, y su organización empírica, siempre están articulados a partir de una lógica represiva. Esta idea fue esbozada por Freud en "El malestar en la cultura" en términos bastante claros: la cultura, desde su origen, reprime algunas pulsiones con el fin de posibilitar la vida en comunidad.

    Sin embargo, la crítica a la idea de pluralidad requiere de una toma de posición clara. Por ejemplo, yo estoy a favor de la represión de: las formas de capitalismo explotador, la liberalización de los recursos naturales, la violencia de género,etc.

    ¿Desde qué lugar usted predica los beneficios de la represión?

    Me parece que desde la lógica conservadora, ésta se justifica, como mecanismo ideológico, como un modo de perpetuar los privilegios de clase y la sustentación del imaginario autoritario desde el que construye el mundo.

    Finalmente, es muy distinto reprimir para defender los privilegios propios a hacerlo sobre la base de una ética socialemente consensuada, diseñada con el propósito de construir un espacio de interacción humana más armónico.

    El concepto de represión tiene necesariamente distintos sentidos y usos, y es tarea de quien lo esgrime marcar cuáles son las intenciones al momento de usarlo.

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