jueves, 19 de febrero de 2015

El debate sobre el aborto, y los Jaujarana

Hace unos días tuve la suerte de conocer a un simpatiquísimo locutor de radio uruguayo (me ha pedido que no divulgue su nombre), que en su juventud escribió algunos guiones para el grupo humorístico los Jaujarana, famoso en Chile por su actuación en Sábados Gigantes. La mención de este grupo trajo a mi memoria vagos recuerdos ochenteros infantiles, por lo que decidí repasar los sketches de los Jaujarana en youtube. Los más clásicos seguían una estructura bastante similar, pero efectiva: un hombre entra a una farmacia y pide alguna cosa que no sea un remedio (un par de zapatillas, un disco de Mozart, etc.). Cuando el farmacéutico le dice que no tiene el producto, el cliente empieza su discurso (léase con fuerte acento “uruguascho”): “usted me está negando la música, la cultura, esto se va a saber, etc. etc.” A lo que el otro responde siempre “pero señor, esto es una farmacia”, para ser interpelado con “¿y a acaso le he preguntado yo lo que es esto?” y así.

Volver a ver el clásico sketch de los Jaujarana me recordó de inmediato el debate actual sobre el aborto. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Nada directamente, pero hay un parecido: el hombre que entra a la farmacia, y reclama, dice puras cosas verdaderas, pero no acierta en lo principal. En el debate actual sobre el aborto pasa algo similar; se habla de derechos, sufrimientos, peligros incluso (“usted me está negando la autonomía, está contra el derecho a decidir, etc.” parece que se oye, con ese mismo acento que distinguía a los Jaujarana). Mientras tanto, lo central, el estatus del embrión humano –o del ser humano en su etapa embrionaria–, se pasa por alto olímpicamente. Filosofía y humor tienen una relación parecida, ambos dependen del razonamiento; en el caso del humor, para que funcione, el razonamiento tiene que tener un error que sea reconocible pero que también sea plausible. Lo que saca sonrisas en cualquier sketch de los Jaujarana en un debate serio, sin embargo, no resulta divertido. Y lo peor, es que el cliente de la farmacia convencido de las verdades que decía, ciego para lo fundamental, no atendía a las razones del farmacéutico. Aquí, lo mismo.

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