por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)
Estos dos últimos años han sido intensos. El 2010 por los desastres de la naturaleza y el 2011 por la agitación de las personas. Este año que recién comienza no parece tener intenciones de ser muy tranquilo tampoco.
El año recién pasado será recordado sobre todo por la violencia ejercida por distintas minorías: marchas, protestas, tomas, huelgas de hambre y sobre todo funas de varios tipos. Las funas son un elemento curioso en una sociedad que quiere ser democrática, y se requiere tomar un poco de distancia para comprender mejor el fenómeno.
Se ha dicho que la calidad de una democracia se mide por cómo trata a sus minorías. Esto es cierto; el postulado básico de la democracia es que todos los hombres somos iguales y merecemos igual participación en la vida de la sociedad e igual trato en cuanto personas, es lo primero que debe cumplirse. Pero la democracia se configura no en torno a las minorías sino en torno a la mayoría. En una sociedad democrática las minorías del tipo que sean deben dejar gobernar a la mayoría, si no, no tiene sentido tener una democracia. La funa –gran parte de lo que acaparó nuestra atención el año que acaba de pasar- es justamente lo contrario.
La democracia no es un sistema perfecto: parece injusto que el que gana por un par de puntos porcentuales se lo lleve todo (el poder ejecutivo) y que la agrupación que gana por una mayoría simple en el Congreso haga casi todas las leyes. Pero no hay otra manera de hacer las cosas si se quiere mantener la integridad del país. (En todo caso, la competencia de este tipo explica muchos de los vicios de la política.)
Pero en una democracia, el que pierde puede impedir que el que gana gobierne. Si el que perdió, perdió por poco, puede hacer valer su peso que será casi, casi equivalente al del ganador, para hacerle el gobierno imposible. Sería un mal perdedor, pero de eso ya se ha hablado. Es comprensible que ocurra, dada la naturaleza humana, pero no es muy democrático.
Una democracia debe tratar bien a las minorías, pero las minorías, por poderosas, multitudinarias y resueltas que sean, deben dejar que gobierne el elegido, aceptando las reglas del juego. La minoría puede estar descontenta con la mayoría y puede forzar las cosas (diciendo algo así como “o gobernamos nosotros o no hay gobierno de ningún tipo”) pero eso es caer en la ley del más fuerte. Es cierto que siempre habrá grupos que no atiendan razones, pero precisamente para evitar eso existe la democracia: para resolver las diferencias en el caso de que no se llegue a un acuerdo. Pero eso requiere acuerdos previos, el más básico es que se debe respetar la voluntad de la mayoría al momento de las elecciones, y por lo tanto al gobierno elegido aunque haya ganado por muy poco. De no hacer eso la sociedad se revierte a la ley de la selva, y quien destruye la sociedad civil haciendo esto no podrá llorar ni esperar compasión si viene uno más fuerte y se lo come.
Es más claro que el agua, pero hay quienes sólo desean ver debajo del alquitrán y por lo tanto ensucian todo.
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