martes, 15 de julio de 2014

Tratar a los alumnos como si fuesen personas (o una defensa de las humanidades)

No es que los alumnos no sean personas, pero es que a veces se los trata como si no lo fueran.  No en el trato personal, nada de eso, se trata de una privación académica.

Lo que los alumnos suelen preguntar cuando se les presenta una materia es para qué sirve. Casi todos aceptan que las matemáticas, por ejemplo, son útiles para desenvolverse en la vida, pero asumen que muchos ramos no les reportarán utilidad alguna. Pero resulta que la tendencia a sobrevivir, aunque sea para mantenerse vivo con un buen nivel de vida, es una de las cosas que tenemos en común con los animales.  No es malo, pero es muy básico. Es lo que pretende resolver la pregunta “¿Para qué sirve estudiar esto?”

Ahora bien, si se ha de tratar al alumno como algo más que un animal al que se debe adiestrar para que pueda obtener su comida –así como la gata le enseña a cazar a sus gatitos–, si se le ha de tratar como persona, habrá que ir un poco más lejos en su educación.

Tomando como punto de partida que el ser humano se diferencia de los animales en su capacidad de conocimiento abstracto y en su libertad (el conocimiento del animal, en cambio, es concreto y su conducta se rige por el instinto y las circunstancias), se puede concluir que lo que se debe enseñar a una persona no siempre tiene que responder a un para qué. La vida humana va más allá de eso, tiene un sentido superior al de obtener comida y refugio, por muy buenos que puedan llegar a ser éstos. Recordemos que “¿para qué?” no es la única pregunta que podemos hacer respecto de algo y eso ya es un indicio de nuestra humanidad.

Se puede sacar en limpio que para tratar a los alumnos como seres humanos se debe enseñar con convicción lo se refiere a lo que nos hace propiamente humanos, a lo que nos levanta de las cuatro patas y nos hace mirar al frente y arriba, lo que nos lleva más allá de lo inmediato y de la mera satisfacción de las necesidades básicas: las humanidades.

Tomemos, por ejemplo, la historia. Sólo los seres humanos tienen historia, ya que la historia sólo es posible donde hay libertad, donde las cosas pudieron haber sido de una manera y no lo fueron, debido a las decisiones de personas o de grupos de personas. Saber esto y saber historia pueden no servir de mucho en el día a día, pero nos inserta en una comunidad que tiene, a la vez, continuidad y cambio. Sin esta memoria colectiva un hombre puede prosperar materialmente pero se separa de las comunidades que lo han ayudado a prosperar –la ciudad, la patria– y no me parece exagerado decir que un hombre que se aparta de los demás de esa manera se acerca a los brutos.

Podemos considerar también el arte. Ciertamente el arte no hace a nadie rico, eso lo pueden atestiguar los críticos y los mismos artistas, pero el arte muestra y une dos cosas que no se pueden dejar de lado en la educación de una persona: la creatividad y la apreciación por la belleza.  El animal sólo percibe lo que le es útil, en cuanto que le es útil. Por eso un perro nunca se conmoverá con una canción, aunque pueda oír mucho mejor que un hombre, o un lince nunca podrá apreciar un retrato, por muy aguda que sea su vista. Aunque algunos animales se sirvan de objetos ninguno puede producir algo realmente nuevo y menos algo que solamente busque ser bello, como una escultura o un relato. Si la historia se refiere a lo que ocurrió (y podría haber sido de otra manera), el arte –sobre todo la literatura–  se refiere a lo que puede ser. La creatividad artística no alimenta el cuerpo pero sin duda nutre la mente.

Aún más allá de la historia y de la creación artística, el hombre puede preguntarse y reflexionar por el sentido de sus acciones, es decir, de su vida, y del mundo que lo rodea. Así nace la filosofía, la más alta de las acciones que el hombre puede realizar, y si bien no es algo para todos todo el tiempo, el que no se pregunta nunca por lo que hace y por qué lo hace se parece un poco al animal que sólo actúa por instinto, adiestramiento o circunstancias. Por eso decía Sócrates, inspirado en la inscripción del templo de Apolo en Delfos, que la vida no examinada no merece vivirse.

Las humanidades no son lo más necesario que se puede estudiar o saber, pero no se debe confundir lo necesario con lo importante. En la vida unas cosas se hacen un función de otras y hay algunas que no se hacen en función de nada, sólo se gozan por lo que son en sí mismas. El disfrute de las humanidades es un goce arduo, un gusto adquirido, pero que se adquiere en la medida en que uno se acerca a los demás hombres y a lo que han hecho a lo largo de la historia para expresar su humanidad.

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