No es que los alumnos no sean
personas, pero es que a veces se los trata como si no lo fueran. No en el trato personal, nada de eso, se
trata de una privación académica.
Lo que los alumnos suelen
preguntar cuando se les presenta una materia es para qué sirve. Casi todos
aceptan que las matemáticas, por ejemplo, son útiles para desenvolverse en la
vida, pero asumen que muchos ramos no les reportarán utilidad alguna. Pero
resulta que la tendencia a sobrevivir, aunque sea para mantenerse vivo con un
buen nivel de vida, es una de las cosas que tenemos en común con los
animales. No es malo, pero es muy
básico. Es lo que pretende resolver la pregunta “¿Para qué sirve estudiar
esto?”
Ahora bien, si se ha de tratar al
alumno como algo más que un animal al que se debe adiestrar para que pueda
obtener su comida –así como la gata le enseña a cazar a sus gatitos–, si se le
ha de tratar como persona, habrá que ir un poco más lejos en su educación.
Tomando como punto de partida que
el ser humano se diferencia de los animales en su capacidad de conocimiento
abstracto y en su libertad (el conocimiento del animal, en cambio, es concreto
y su conducta se rige por el instinto y las circunstancias), se puede concluir
que lo que se debe enseñar a una persona no siempre tiene que responder a un
para qué. La vida humana va más allá de eso, tiene un sentido superior al de
obtener comida y refugio, por muy buenos que puedan llegar a ser éstos. Recordemos
que “¿para qué?” no es la única pregunta que podemos hacer respecto de algo y eso
ya es un indicio de nuestra humanidad.
Se puede sacar en limpio que para
tratar a los alumnos como seres humanos se debe enseñar con convicción lo se
refiere a lo que nos hace propiamente humanos, a lo que nos levanta de las
cuatro patas y nos hace mirar al frente y arriba, lo que nos lleva más allá de
lo inmediato y de la mera satisfacción de las necesidades básicas: las
humanidades.
Tomemos, por ejemplo, la
historia. Sólo los seres humanos tienen historia, ya que la historia sólo es
posible donde hay libertad, donde las cosas pudieron haber sido de una manera y
no lo fueron, debido a las decisiones de personas o de grupos de personas.
Saber esto y saber historia pueden no servir de mucho en el día a día, pero nos
inserta en una comunidad que tiene, a la vez, continuidad y cambio. Sin esta
memoria colectiva un hombre puede prosperar materialmente pero se separa de las
comunidades que lo han ayudado a prosperar –la ciudad, la patria– y no me
parece exagerado decir que un hombre que se aparta de los demás de esa manera
se acerca a los brutos.
Podemos considerar también el
arte. Ciertamente el arte no hace a nadie rico, eso lo pueden atestiguar los
críticos y los mismos artistas, pero el arte muestra y une dos cosas que no se
pueden dejar de lado en la educación de una persona: la creatividad y la
apreciación por la belleza. El animal sólo
percibe lo que le es útil, en cuanto que le es útil. Por eso un perro nunca se
conmoverá con una canción, aunque pueda oír mucho mejor que un hombre, o un lince
nunca podrá apreciar un retrato, por muy aguda que sea su vista. Aunque algunos
animales se sirvan de objetos ninguno puede producir algo realmente nuevo y
menos algo que solamente busque ser bello, como una escultura o un relato. Si
la historia se refiere a lo que ocurrió (y podría haber sido de otra manera),
el arte –sobre todo la literatura– se
refiere a lo que puede ser. La creatividad artística no alimenta el cuerpo pero
sin duda nutre la mente.
Aún más allá de la historia y de
la creación artística, el hombre puede preguntarse y reflexionar por el sentido
de sus acciones, es decir, de su vida, y del mundo que lo rodea. Así nace la
filosofía, la más alta de las acciones que el hombre puede realizar, y si bien no
es algo para todos todo el tiempo, el que no se pregunta nunca por lo que hace
y por qué lo hace se parece un poco al animal que sólo actúa por instinto,
adiestramiento o circunstancias. Por eso decía Sócrates, inspirado en la
inscripción del templo de Apolo en Delfos, que la vida no examinada no merece
vivirse.
Las humanidades no son lo más
necesario que se puede estudiar o saber, pero no se debe confundir lo necesario
con lo importante. En la vida unas cosas se hacen un función de otras y hay
algunas que no se hacen en función de nada, sólo se gozan por lo que son en sí
mismas. El disfrute de las humanidades es un goce arduo, un gusto adquirido,
pero que se adquiere en la medida en que uno se acerca a los demás hombres y a
lo que han hecho a lo largo de la historia para expresar su humanidad.
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