sábado, 5 de julio de 2014

El fracaso y la victoria

Ha pasado ya una semana desde ese partido que se supone no olvidaremos jamás. Pero el tiempo cura casi todos los dolores, y la rabia y la frustración de un partido casi ganado poco a poco se transforman en sólo un recuerdo, una memoria. Y la memoria de esto nos puede llevar a otras memorias.

Los antiguos –recuerdo a mi querido Boecio– tenían muy presente que Fortuna es una diosa caprichosa. Ella tiene su rueda y basta un giro para que quienes están arriba casi tocando el triunfo caigan, y los que están abajo de rodillas salten de alegría. Sabían que no todo está en poder de los hombres, y eso es humillante; pero sabían también que esa humildad hace bien (es cosa de ver cómo pueden ser las celebraciones del triunfo). La actitud de quién quiere controlar completamente su destino, hýbris, termina en la peor de las caídas.

Esto lo aprendieron, probablemente, de la agricultura, algo tan lejano para la mayoría de nosotros. Aunque el labrador se parta el lomo trabajando de sol a sol, como lo hizo nuestra selección practicando bajo su entrenador, una helada, una inundación, puede destruir en una noche el trabajo de tantos días. No todo depende de uno. Ahora bien, estas cosas pueden dar lugar a la apatía (¿para qué tanto empeño,  si al final todo puede decidirse en una lotería de penales?), pero es no la lección que sacaron los que nos precedieron, ni la que hemos sacado la mayoría de nosotros después de la derrota del sábado pasado.

La razón es doble. Primero, aunque el resultado final no dependa completamente de uno, mucho sí depende de lo que uno haga. Si el fracaso puede ser por completo obra de la caprichosa Fortuna, el triunfo no lo es (salvo que el triunfo de uno consista en el fracaso del otro).  Segundo, porque el resultado externo no lo es todo. Eso es lo que no entienden quienes dicen que, al final, este año no nos fue mejor que hace cuatro o hace dieciséis; existe un resultado interno. Aunque el trabajo no rinda un resultado cuantificable, el cambio en el que se esfuerza por hacer ese trabajo queda, no se pierde.

Hace una semana se vio algo distinto de lo habitual. Se vio gente valorando el esfuerzo por sobre el resultado, porque el esfuerzo fue real. Esta vez el “triunfo moral” no fue la excusa del flojo, sino la realidad del que lo dio todo –desde hace muchos meses– y al final se encontró con algo que no estaba en sus manos. Qué distinto eso de la mentalidad habitual que celebra al que es pillo, al que obtiene algo por nada, simulando una falta, haciendo tiempo, presentando una licencia médica falsa, copiando en una prueba, haciendo leso a algún otro. Hace una semana se vio nobleza, honor, que vale más que un resultado, que permite perder con la frente en alto. Dios quiera que no sea flor de un día.

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