Frente al mal recibido, real o imaginado, merecido o inmerecido, el impulso humano es a la venganza. En algunas culturas el honor personal y familiar depende de la capacidad para llevar a cabo las venganzas, a veces con creces, de los agravios. Es una receta para que los feudos de sangre se sucedan unos a otros y el espiral de violencia se haga cada vez más ancho y profundo. Es cosa de leer la “Saga de Njál” para ver como esto puede darse aun dentro de un marco legal definido (pero no se lee mucha literatura nórdica en nuestro país).
Un ciclo de violencia se termina con el perdón que lleva a la reconciliación, al restablecimiento de las relaciones normales. Pero el perdón no es fácil; va en contra del fuerte impulso de la venganza. Algunas religiones lo único que pudieron hacer fue limitar la venganza para contener la violencia (por el eso la Ley del Talión, que a nosotros nos parece inadecuada, fue un avance en la materia).
Es más difícil el perdón cuando ambas partes se sienten ofendidas y más todavía cuando una de las partes sólo reconoce un rol pasivo en el conflicto (le echa toda la culpa al otro). Pero eso no es todo. El perdón, como el conflicto, tiene dos partes: el pedir perdón y el darlo. Pedir perdón puede ser difícil, pero eso no hace que darlo sea más fácil. Dar el perdón, perdonar, exige reconocer que se termina el conflicto y que se renuncia a la satisfacción de la venganza (curiosamente, o no tanto, la venganza, cuando se obtiene, tampoco da la paz).
El que exige el perdón, o se siente con derecho a exigirlo, tiene el poder, el poder de otorgar y retener. La tentación de no perdonar, para mantener ese poder sobre el otro, es grande, pero solo hace que el feudo continúe. Llegando a este punto se puede considerar si acaso un perdón que exige condiciones es un verdadero perdón, y si el que exige condiciones realmente está perdonando –terminando el conflicto– o más bien asegurando una posición de supremacía – ganándolo.
En caso de que para otorgar el perdón se exijan condiciones se puede considerar también cuán lejos pueden llegar éstas. Si son extremas (se viene a la mente la imagen del samurái caído en desgracia que sólo puede restablecer el orden realizando el seppuku), se puede llegar a dudar la autenticidad de esa forma de perdonar.
¿Tendremos reconciliación alguna vez en Chile? Algunos han pedido perdón, otros han reconocido culpas. Pero mientras siga siendo rentable alargar el conflicto, en términos políticos, emocionales y pecuniarios, es poco probable que haya una verdadera voluntad de terminarlo, perdonando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario