Cuando se promueve una “verdad oficial” sobre alguna cosa, es razonable sospechar si no hay algo que se quiere ocultar. Un ejemplo de hace algunos años es bien ilustrativo: la glorificación de la figura de Salvador Allende, que llegó a su culminación cuando fue declarado –por el canal gubernamental, nada menos– como el chileno más grande de todos los tiempos. Se comprende que alguien pueda sentir cariño por don Chicho. Quienes lo trataron personalmente decían que era encantador. Es natural, casi, que un borrachín mujeriego despierte las simpatías de algunos (pasando por alto, por supuesto, las sumas de dinero que recibió durante años de una potencia extranjera y sus opiniones eugenésicas). ¿Pero el chileno más grande de toda la historia? ¿Más que José Miguel Carrera y Bernardo O’Higgins? ¿Más que Mariano Egaña y Diego Portales? ¿Más que Arturo Prat y que el padre Alberto Hurtado? Con dejarlo descansar en paz bastaría. Sospechoso.
Los proyectos de ley que buscan castigar a los historiadores que digan algo distinto de lo establecido, las funas a los documentales que muestran la historia reciente de Chile desde una perspectiva diferente, las declaraciones del Partido Demócrata Cristiano tratando de alterar su pasado, el dictamen de la Contraloría que establece que el MIR fue una empresa (¿habrá pagado impuestos?) tienen cierto aire de “verdad oficial”.
Cuando se oculta algo de esa manera, es porque es inconveniente o vergonzante. ¿Qué es lo que se oculta detrás de esto? En términos de tiempo, lo que se tapa es el período de 1970 a 1973 (o de 1964 a 1973). Es como si en esos años no hubiera pasado nada, ni se hubiera hecho o dicho nada. En términos conceptuales, lo que queda en las sombras es el proyecto de Allende y del gobierno de la Unidad Popular. Pero por mucho que ese tiempo esté en las sombras, los hechos requieren una explicación y existe documentación al respecto. El proyecto de la UP era la revolución. El modelo, Cuba. Los medios, instrumentalizar la democracia hasta donde fuera posible, y cuando se llegara al límite, la lucha armada. El fin: el marxismo científico, total (uno llega a sonreír con esas pretensiones epistémicas) y el hombre nuevo. En otras palabras: el totalitarismo.
Ahora bien, el proyecto en sí no suele avergonzar a los predicadores de la verdad oficial, de hecho, todavía lo tienen como aspiración aunque los medios hayan cambiado un poco. Es un problema de imagen; no es conveniente que la "verdad no oficial" aparezca en toda su realidad porque levanta demasiada oposición. Qué mejor manera de sanear y maquillar la propia imagen que desviar la atención. Pero la "verdad no oficial", el intento de instaurar en Chile un régimen como el de Alemania Oriental o Cuba, no llegó a concretarse. El proyecto de los partidos de la UP fue cortado en el brote y, desde el punto de vista de la imagen, fue lo mejor que pudo haberles pasado.
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