Ha quedado en el pasado el incidente de la profanación
de Catedral de Santiago por parte de un grupo de partidarios del aborto. (No es
la primera vez que ocurre algo semejante, y así como van las cosas, no será la
última). Como la memoria nacional es corta, estas cosas no reciben toda la
atención que se merecen. Los culpables no recibirán ningún castigo, como tantos
otros que han quedado impunes tras cometer desmanes parecidos, y, pasados unos
días, la atención se desvía hacia otros temas.
Una gran mayoría, de todos los
sectores, condenó el hecho. Algunos, además, notaron con preocupación que
quienes profanaron la Catedral no hayan mostrado ningún tipo de
arrepentimiento, como tampoco lo hizo el estudiante que escupió a Michelle
Bachelet. Ha surgido la preocupación por el creciente clima de violencia en el
país. Pero eso no es tan extraño; siempre ha habido odio y violencia, y la
Iglesia siempre será una piedra de escándalo.
Lo que llama la atención, más que
la falta de arrepentimiento de quienes cometen la violencia, es la defensa
(parcial) que algunos intelectuales han hecho del incidente en la Catedral. Dos
profesores universitarios (de Santiago y Valparaíso), han argumentado en la
sección de cartas del diario que es perfectamente legítimo interrumpir una
ceremonia de culto para manifestar desacuerdo con ciertas posturas. Una acción
de este tipo estaría amparada por la libertad de expresión.
Dejando de lado que probablemente
dichos profesores no tolerarían lo mismo en sus salas de clases, es notable que,
para algunos académicos, la religión ni siquiera pueda quedar relegada al
ámbito privado, que es una de las aspiraciones de la sociedad pluralista. No se
trata en este caso de apoyar una contramanifestación en la calle, sino de justificar
el ingreso a un lugar privado para interrumpir las actividades de quienes se
reúnen ahí.
Estas breves muestras de
sinceridad liberales, que de cuando en cuando aparecen en los medios, muestran que
el proyecto pluralista va más allá de intentar la convivencia de visiones
distintas: promueve la transformación de la sociedad mediante la imposición de
una visión determinada de la realidad y no tolera posiciones divergentes. Así
lo ha declarado en el pasado otro académico de una universidad del sector
oriente de Santiago. Por un lado se amedrenta mediante la violencia, y por el
otro se teoriza, justificando la supresión –paso a paso– de quienes piensan
distinto.
Frente a esto el diálogo sirve de
poco. Ya empieza a circular la idea de que habrá que sufrir (discriminación,
demandas judiciales, funas, etc.) por exponer ideas que opuestas a lo
políticamente correcto – el testimonio es el mejor argumento. Es de esperar que
este ambiente violento no se extienda y que los intelectuales que lo justifican sean rechazados por la
comunidad académica (cómo hasta el momento lo han sido, si bien de manera preocupantemente
tibia). Aun así, tomado la situación en conjunto, uno comienza a preguntarse
qué lugar tendrán dentro de “El otro modelo” quienes no lo comparten.
Te sigo leyendo con gusto pero contestando poco pues estoy esperando en Alemania la llegada de un nieto NN aún. Siguen sin ponerse de acuerdo sobre su nombre. Quizás podrías escribir algo sobre el significado del apelativo, un tema que me ha interesado siempre.
ResponderEliminarSaludos