El domingo se celebró el Día del Niño. No suelo celebrar este tipo de fechas, están vacías de contenido aunque cuenten con el respaldo de los gobiernos y organizaciones internacionales. Sobre todo sirven como una manera artificial de estimular el consumo. Sin embargo quizás haya que aprovechar de celebrar este día mientras se pueda; los niños son cada vez más escasos (respecto del total de la población) y esto es un problema.
El descenso de la tasa de natalidad, como todo lo que sucede gradualmente, tiene la dificultad que no se percibe sensiblemente hasta que la situación está avanzada y la solución es difícil. Si “la demografía es destino” como dicen los estadounidenses, el nuestro no presenta buenos augurios. Si queremos ver cómo será nuestro futuro, podemos mirar a los que nos llevan la delantera en esto de tener menos niños.
En Europa el aumento de los mayores de edad (respecto del total de la población) hace que aumente la necesidad del gasto en salud y en pensiones, que ha asumido el Estado. Para cubrir estos gastos aumenta (proporcionalmente) la carga impositiva sobre los trabajadores más jóvenes, lo que hace que tener hijos sea aún más caro, por lo que se cae en un círculo vicioso. Además, hay consecuencias que van más allá de lo económico: hay pueblos que se están quedando sin habitantes y muchos adultos mayores se encuentran, en el ocaso de su vida, en soledad.
No hay muchas esperanzas de que la solución venga de la política. Los viejos representan más votos que los jóvenes y los políticos no miran mucho más allá de la siguiente elección. Por lo demás, el origen del problema demográfico se remonta más allá de la política y la economía. Se necesitaría más que este breve espacio para profundizar, pero se puede mencionar que el cambio cultural comienza con una civilización que no es capaz de renovarse, y cansada, se enfoca en el presente, renegando de su pasado e ignorando el futuro, que son los niños. Los problemas de plata se arreglan con plata, dice un sabio amigo mío, pero éste es mucho más profundo.
Si bien en Chile se ha hablado algo del problema (y la actual administración ha hecho algún intento por abordarlo) las tendencias que se perciben no son auspiciosas. La tasa de natalidad sigue descendiendo y de los políticos se oyen muchas promesas que cuestan caro, y que tendrán que pagarlas los niños de hoy cuando mañana sean contribuyentes. Del ambiente propicio para crezcan los niños, de la familia, se oye hablar poco.
Por supuesto que a los niños no se los consulta (seguramente, la mayoría querría un hermanito, pero tendrán que contentarse con un perro), porque en democracia lo que cuenta son los votos del presente, y los niños no votan. En una demagogia lo cuenta es la calle, y los niños no marchan por sus intereses. Claro, en una familia los adultos velan por los intereses de los niños, pero en Chile la familia es una realidad que se va quedando cada vez más en el pasado. Si los adultos viven en el presente (y el endeudamiento es prueba de ello) poco queda para los niños, que son el futuro.
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