Cuando termina el semestre comienzan a llegar alumnos a ver al profesor. Son los que reprobaron el ramo y vienen a ver si pueden pasar por alguna vía alternativa. Sobra decir que la mayoría son caras que se ven por primera vez: la baja asistencia a clases y el nulo contacto previo con el profesor suelen ser un denominador común en estos casos.
“Es que si repruebo otro ramo pierdo la beca”, “es mi último semestre, y si no apruebo me demoro un año más en egresar”, “voy a perder el crédito”, son llamados a la piedad con los que el estudiante en problemas busca conmover al profesor, y el corazón, por una mal entendida compasión, se ablanda. La educación superior ya no es el lugar de preparación para enfrentar la realidad, dónde el joven aprende a hacerse responsable de sus decisiones, es decir, a ser adulto.
Hay ocasiones en las que hasta un director de carrera usa su peso para que un alumno pase una asignatura que ya ha reprobado. La universidad no puede permitirse perder muchos alumnos, ni aceptar sólo a los bien preparados; necesita el dinero de las matrículas, y el estudiante, si se retira (o no es aceptado), probablemente sea bien recibido en otro lugar. Así, el profesor, que al final del semestre también está cansado y sin ganas de pelear, cede, y toma un examen de repetición o pide un trabajo adicional para que el estudiante cumpla con los requisitos mínimos y pase el ramo. ¿Quién no se ha visto necesitado de misericordia alguna vez?
Confieso: he dado inmerecidas segundas oportunidades, los he dejado pasar. ¿Por
qué es precisamente mi ramo el que va a hundir al alumno, y no cálculo,
anatomía o microeconomía? Es que si los errores de los arquitectos se tapan con enredaderas y los de los médicos con tierra, los errores de los filósofos… (¿O es simplemente imposible errar en filosofía?). Sé que debería ocuparme de formar el carácter de los alumnos además de su intelecto, pero eso es una labor intensiva, y con muchos alumnos no se puede profundizar suficientemente en cada uno (la educación, o instrucción, chilena sigue un modelo de producción masiva, no de formación individual).
Pero no lo haré más. Una conversación con un amigo me mostró la gravedad del asunto. En su trabajo para una empresa de servicios debe revisar propuestas de licitaciones. A veces tiene que rechazar algunas por errores formales o de contenido. ¿La respuesta? “Es que si no me la acepta me van a echar de la pega”. Está claro de dónde viene esa mentalidad, cuál fue la formación de ese profesional.
Pido disculpas públicas a todos los que han tenido que vérselas con situaciones de ese tipo. Pido disculpas también a mis alumnos: por ahorrarles un mal rato en la universidad probablemente los he expuesto pasar por algo mucho peor cuando salgan más allá de los muros de la academia. Pero no volverá a suceder. Lo prometo.
Nota:
Los errores de los filósofos –incluyendo las corrientes anti-filosóficas– son tan graves que, cuando ocurren y se masifican, pueden devastar sociedades enteras. Los siglos XIX y XX están llenos de ejemplos, aunque los hay en todos tiempos. Aun así, los ramos de filosofía siguen siendo los parientes pobres de las carreras universitarias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario