Se supone que la universidad es para
prepararse para “la vida”. Algunas de las lecciones vitales más valiosas pueden
aprenderse durante los primeros días, en un ritual primitivo y bárbaro llamado
mechoneo. En el mechoneo los estudiantes de primer año son sometidos a
vejaciones de todo tipo y sólo luego de haberlas sufrido pacientemente pueden
ser admitidos como miembros de esa comunidad de profesores y estudiantes que
juntos buscan la verdad. La primera lección es sobre la inconsecuencia del ser
humano: quienes declaran querer un mundo mejor, estar en contra de abusos de
todo tipo y a favor de los oprimidos, tratan a sus compañeros peor que a
animales. La segunda es sobre la propia alma: quienes que hoy entran a la
universidad y sufren humillaciones, dispensarán el mismo trato vejatorio a los
“mechones” del próximo año. La tercera es parecida a las anteriores: quienes
supuestamente cultivan la razón y el pensamiento crítico no dudan en perpetuar
cada año una tradición violenta y estúpida, sólo porque es una tradición. Un
añadido: no se puede contar con la autoridad competente para que restaure el
orden. Pero no se trata de esto.
Aunque la universidad prepare para la vida adulta mediante
la enseñanza de una profesión (la universidad chilena es eminentemente
técnica), la técnica o profesión es sólo una parte de la vida, incluso es sólo
una parte en su mismo ejercicio. También están los hábitos sin los cuales no puede
hacerse bien ninguna cosa. Y es aquí, por lo que poco que alcanzo a ver desde
mi posición, que la universidad falla. El ambiente que proporciona es
completamente irreal y en vez de preparar para la vida adulta tiende a
prolongar la adolescencia. Me explico: en la vida real la acciones tienen
consecuencias, repercuten sobre quien las realiza. Hay situaciones en las que
la relación entre acción y consecuencia se hace más tenue o se retrasa, pero en
la universidad esto puede llegar al extremo.
He visto alumnos que se dedican a jugar computador y a ver series
de televisión durante todo un semestre y sólo al final –porque reprueban el
ramo– se dan cuenta de que lo que hicieron fue una pérdida de tiempo. En la “vida
real” una persona no alcanza a pasar un dos meses sin hacer su trabajo (los
empleos políticos y gubernamentales no cuentan como “mundo real”). He sabido de
alumnos que llegan a hacer un ramo hasta cinco veces (¡en una universidad tradicional!):
sólo después de reprobarlo por tercera vez caen en causal de eliminación y el
consejo de la facultad siempre da segundas y terceras oportunidades. En la
“vida real” es difícil que pasen esas cosas (extensiones de plazos, tolerancia para con reiteradas
inasistencias, indolencia constante, etc.) sin fracasar, menos cuando se
trabaja independientemente. En este sentido un pequeño comerciante o un
agricultor tendrían mucho que enseñar a algunos estudiantes que conozco, pero la
universidad no puede hacerse cargo de todo.
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