por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)
Es cosa de preguntarle a un hombre que recientemente haya sufrido un robo qué tipo de castigo merece un delincuente para darse cuenta que las leyes tienen que deliberarse con calma, y que intentar pasar una ley al amparo de algún hecho conmovedor es aprovecharse de las circunstancias.
Es cosa de preguntarle a un hombre que recientemente haya sufrido un robo qué tipo de castigo merece un delincuente para darse cuenta que las leyes tienen que deliberarse con calma, y que intentar pasar una ley al amparo de algún hecho conmovedor es aprovecharse de las circunstancias.
Hace unas semanas, a propósito del tiroteo en un colegio en
Newtown, EE.UU. surgieron voces en nuestro país llamando a un mayor control de
armas y culpando de este tipo de matanzas a las liberales leyes de armas que
rigen en EE.UU.
Pero el horror de una masacre no es una licencia para dejar
de examinar el problema con detención. Si bien cada vez que hay un tiroteo en
EE.UU. como el Newtown o el de Columbine se echa la culpa a las leyes de armas,
eso no ocurre cuando el tiroteo es Noruega (2011), Alemania (2009, 2006, 2002),
o en Finlandia (2008, 2007), etc. En esos casos la noticia, y el clamor público
suelen centrarse en otras cosas, porque en esos países tienen leyes de armas
bastante estrictas. La explicación de un fenómeno no se reduce a una sola
variable.
Ahora, estos crímenes parecen ser más comunes en Estados
Unidos que en otros países, y es tentador poner como explicación la gran
cantidad de armas que hay en manos particulares en ese país. Pero Estados
Unidos es un país enorme en población, por lo que es de esperarse que cualquier
cosa que pueda ocurrir sea más común ahí que en países con poca población, como
Noruega o Finlandia. Además hay otros países, como Suiza, donde hay gran
cantidad de armas en poder de los ciudadanos y no ocurren estos incidentes.
Para poder entender por qué en un país como Estados Unidos
la posesión de armas es un tema tan importante, hay que mirar dos elementos.
Primero, está consagrado como un derecho en su constitución (aunque las
palabras dejan lugar a interpretación) porque la revolución de las Trece Colonias
fue posible gracias que cada campesino independiente tenía su arma, para cazar
como para defenderse, que pudo usar contra los Ingleses. El arma es vista como
una garantía de la libertad, después de todo, los pioneros en control de armas
han sido los regímenes totalitarios, por razones obvias.
Además, se considera el arma como garantía de la seguridad
personal, teniendo en cuenta que como los delincuentes no suelen obedecer las
leyes de armas, el ciudadano honesto suele quedar indefenso frente al
malhechor. Cuando ocurre que algún dueño de casa repele una agresión mediante
el uso de su arma, como pasó en Santiago hace algunas semanas, no suele comentarse
mayormente la noticia.
Por otra parte, la proliferación de armas en una sociedad
hace más probable el crimen violento, y hace que aumente la tasa de suicidios.
La solución al problema es cosa prudencial, no de principio. La tradición de
armas de nuestro país es distinta a la de otros países, pero viendo lo que
ocurrió luego del terremoto de febrero de 2012, y la reacción de las autoridades,
siempre tendré mi arma relativamente a mano.
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