por Federico García
(publicado en El Mostrador)
Se supera a sí mismo Arturo Martínez. Hace pocos días fue el hazmerreír de las redes sociales al declarar que la culpa de la violencia en las manifestaciones era de los profesores de filosofía porque “a los cabros les llenan la cabeza de porquerías, para que salgan a tirar piedras y hacer desórdenes”. Su acusación me trae a la memoria la de Anito, Meleto y Licón: resulta que ahora, como en Atenas, los profesores de filosofía, al igual que Sócrates, somos culpables de corromper a la juventud. La verdad es que me honra que me comparen con el primero de los maestros.
Lo que no se imaginan los que se burlan del dirigente, es que tiene toda la razón. Parece imposible que de la sala de clases de un tranquilo profesor de filosofía pueda salir una turba violenta. ¿No se acuerdan que Abimael Guzmán, de Sendero Luminoso, era profesor de filosofía? (Claro que lo suyo no era Leibniz precisamente). Es que las ideas tienen consecuencias, como escribió hace tanto tiempo Richard M. Weaver, pero aun hay sectores en nuestro país que no se han enterado. Los hombres de acción son, casi siempre, títeres de los intelectuales.
Por lo demás, Martínez muestra una lógica de cierto rigor: si los “cabros” tiran piedras, es porque tienen la cabeza llena de porquerías (¿a alguien le cabe alguna duda?). Si tienen la cabeza llena de porquerías, esas porquerías tienen que venir de algún lado (evidente). Por lo tanto los responsables de la violencia son los que originan y transmiten esas ideas-porquerías que llenan las cabezas de los “cabros”. Lo más probable, por lo tanto, es que los responsables sean los profesores de filosofía, encargados de educar a la juventud sobre el mundo de las ideas. Brillante. Martínez ejemplifica lo que han dicho algunos de los más grandes filósofos: que todos, en alguna medida, somos filósofos.
He ahí su acierto y su error. Porque son las ideas las que mueven al mundo, y cuando no son las ideas, son sus parientes pobres, las ideologías. Cualquier persona sensata se da cuenta de que lo que hay detrás del movimiento estudiantil es una ideología. Una ideología que promueve la división y que permite el uso de la violencia. No todos los que adhieren al movimiento la comparten, por supuesto, pero los ideólogos tienen un nombre un tanto despectivo para quienes adhieren sin convocar. Quizás no todos han recibido esa ideología de parte de sus profesores de filosofía, pero algunos sí. Es rescatable y alentador, en todo caso, que un dirigente sindical llame al anarquismo y al comunismo “porquerías”.
Tampoco todos los “cabros” que tienen la cabeza llena de porquerías, que son muchos, se dedican a la violencia. La mayoría de ellos vegeta, conectado a una pantalla luminosa que le permite realizar su fotosíntesis. Ellos también han tenido sus “profesores”, pero no en las aulas. Son los “educadores” informales: la publicidad, el cine, las redes sociales, la música. Ojalá los profesores de las aulas a los que alude Martínez tuviesen ese tipo de influencia. Estos “educadores” informales también entregan una cierta “filosofía” de vida, que tiene cierto parecido con la de Epicuro y a veces con la de Diógenes. Pero quienes están detrás de estos educadores informales, los proveedores de televisión, música y demases, se mueven por una filosofía distinta (más parecida a la de Smith) que nada tiene que ver con entregar a las personas un conocimiento realista del mundo. Los resultados son patentes en todos lados. ¿No tenía razón Lenin al decir que la misma burguesía vendería al comunismo la soga para que fuera ahorcada, y llegaría incluso a prestarle el dinero para ello?
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