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martes, 12 de abril de 2016

La DC y el aborto

La gran mayoría de los diputados del Partido Demócrata Cristiano votaron a favor del aborto. A juzgar por las palabras del Senador Walker, la DC hará en el Senado lo mismo que hizo en la Cámara. La verdad, es que no es sorpresa. Sólo un ingenuo podría haber pensado que la Democracia Cristiana votaría ¿cómo decirlo? cristianamente. La conducta fue típica: hubo conversaciones, angustia vital, inseguridad, pero lo que ocurrió al final estaba claro desde el primer momento.

No es que la DC haya traicionado sus principios -en la actualidad los principios de los partidos políticos pueden cambiarse fácilmente, por lo que es casi imposible traicionarlos- sino que ha actuado como siempre: muchas declaraciones de apertura, de diálogo, de buena voluntad, para terminar haciendo lo que le pedía la izquierda más dura. Esa ha sido su misión histórica, la de ayudar y dar una apariencia de legitimidad a los proyectos de la izquierda.

Esto, por supuesto, al estilo DC, es decir, de manera tibia. La Democracia Cristiana no alza como banderas de lucha este tipo de causas, pero es incapaz de rechazarlas cuando las alzan sus aliados. Tiene que aferrarse a su conglomerado, para no arriesgar quedar en tierra de nadie. Dentro de la DC –para mantener el espíritu– el problema también se resuelve de manera tibia. Los integrantes que son contrarios al aborto no son capaces de, en materia tan grave, cortar con su partido. Uno se pregunta qué es lo que tendría que pasar para que la DC rompa con la Concertación o la Nueva Mayoría, o qué tendría que hacer el partido para que alguno de sus miembros renuncie. Estos pocos, en cualquier caso, cumplen una función muy importante: sirven para mostrar que el partido no impone una manera de votar, que acoge a los que piensan distinto, y que el apoyo al aborto es cosa de individuos, no de la colectividad. Típico demócrata cristiano. Esta conducta, por lo demás, hace de la Democracia Cristiana un aliado muy valioso para la izquierda más dura: su deseo de quedar bien es tal que se pude contar con ella a todo evento.

Políticamente hablando, esto no presenta mayores problemas (dado el estado de la política actual). El problema es que se engaña, a una parte al menos, de los partidarios, que inocentemente creen que apoyan a un partido de principios cristianos. Se entiende que algunos, incluso algunos DC, se empeñen en que cristianismo y sociedad no tengan nada que ver, pero eso hace extraño que se mantenga el nombre del partido. Para poder salvar la marca y a la vez votar como la izquierda más dura, se recurre a la conciencia, lo que en lenguaje actual significa que se hace lo que es más expedito o conveniente, sin reconocer que se actúa así: hacer lo que viene en gana sin tener que dar explicaciones. Ahora bien, como los políticos, en general, tienen poco tiempo para leer y para pensar, habría que ver quiénes los asesoran cuándo se trata de explicar qué significa actuar en conciencia, quizás ahí nos encontremos con alguna sorpresa.

martes, 8 de marzo de 2016

Aborto, heroísmo y autonomía

No hay debate, propiamente tal, sobre el aborto. Se trata de lograr la autonomía: el ejercicio de una voluntad no impedida por costumbres del pasado o la misma naturaleza. El embarazo, por el contrario, es una manifestación palpable de que el ser humano no es un ente autónomo que puede determinar totalmente su existencia sino que nace, vive y se constituye dependiendo de otros. Es por eso que el aborto –considerado teóricamente– es un tema frente al cual no puede haber acuerdo: las posiciones parten de premisas radicalmente distintas, y es por eso, también, que cuando la propuesta pro-aborto falla por un lado (es evidente, sobre todo desde que existen las ecografías, que un feto es un individuo vivo de la especie humana), se busca otro. Es una meta a conquistar, no un verdadero debate.

El último argumento esgrimido a favor de la propuesta pro-aborto actual es considerar que continuar el embarazo ante ciertas circunstancias es algo heroico o supererogatorio, y por lo tanto, no exigible legalmente aunque sea bueno para el que quiera hacerlo. (¡¿Cómo fue que el mundo no se dio cuenta de esto antes del siglo XX?!)

Este argumento tiene tantos problemas que es patente que se trata de una estrategia, no de un esfuerzo intelectual.  En primer lugar, lo heroico y lo supererogatorio no son lo mismo. En segundo lugar, si bien, por definición, nadie puede estar obligado a lo supererogatorio, en ciertas circunstancias una persona puede estar obligada a lo heroico: piénsese, por ejemplo, en el soldado que –en una situación de conflicto– recibe una orden de cometer un acto injusto, como torturar a un prisionero. Si se niega a hacer el mal tendrá que sufrir un castigo, eso sería heroico; pero si accede, hará algo malo. En ciertas situaciones no hay término medio: o se hace un acto heroico o se comete una injusticia.

Además, se trata lo heroico como si fuese algo establecido. Se asume que continuar el embarazo en ciertas circunstancias es heroico, y que por lo mismo debe permitirse el aborto. Pero eso mismo ya es discutible, también podría considerarse como un deber. Antes de afirmar que continuar que continuar el embarazo en ciertas circunstancias es heroico, hay que establecer que de hecho sea así. Por lo demás, si alguien quiere comprobar cómo lo que hoy es corriente mañana puede ser considerado heroico, es cosa de que vea lo que la ley en Bélgica considera como sufrimiento insoportable.

En cuarto lugar, la confusión se profundiza cuando se trata al aborto como una simple omisión: “no hacer el acto heroico de continuar el embarazo”, pero el aborto es un acto positivo mediante el cual se le hace algo (se destruye) a otro. Y si bien el derecho a la vida no incluye el deber de realizar actos extraordinarios para mantenerla, la gestación no es algo extraordinario, sino la manera por la cual todos los seres humanos llegamos a este mundo.  No es una manera que se base en la autonomía personal,  pero es conforme a nuestra manera de ser: dependiente.

martes, 6 de octubre de 2015

Aborto: religión, ciencia y falacias

Las argumentaciones a favor del aborto contienen tantas falacias que es cansador tener que sentarse a refutarlas. A veces uno duda si vale la pena el esfuerzo de tratar de exponer el propio punto de vista a quién ya tiene todas sus conclusiones decididas de antemano, pero nunca se pierde la esperanza de que en el diálogo de sordos a alguno se le abran los oídos.

Quizás lo que corresponde hacer en primer lugar es referirse a las etiquetas: “ultra-conservador” (parece que en Chile hay sólo dos posiciones políticas, los ultra-conservadores y los razonables). Que los conservadores seamos contrarios al aborto no implica que no haya gente pro-vida en otras partes del espectro político. Que figuras tan emblemáticas de la izquierda como Norberto Bobbio o Tabaré Vázquez hayan sido contrarios al aborto se oculta convenientemente (al respecto, recomiendo leer esto). Pero en última instancia eso da lo mismo: no importa si una postura es ultra-conservadora o ultra-liberal, lo que importa es que sea correcta o errónea. Poner una etiqueta es asumir de antemano la conclusión a la que se quiere llegar.

Otra etiqueta de la que hay que hacerse cargo es la referencia a la religión. Es verdad que la religión prohíbe el asesinato (y respecto de la imposibilidad de prohibir el asesinato desde una ética laica habría que leer a Adorno y Horkheimer en su Dialéctica de la Ilustración, pero eso ya sería demasiado en un debate como este), pero eso no hace que el argumento sobre el aborto sea un tema puramente religioso. El asunto es que esta prohibición se hace extensiva a los no nacidos. Lo que habría que ver es qué argumentos dan las iglesias para oponerse al aborto, eso sí sería diálogo (un creyente puede dar argumentos basados en la razón natural). Por lo demás, la prohibición del aborto es compartida por agnósticos como Bobbio y su origen puede rastrearse hasta el juramento de los médicos, redactado antes de la aparición del cristianismo.

También está el asunto de la agrupación: por supuesto, quienes hoy se oponen al aborto son los mismos que ayer se oponían a un montón de cosas buenas. Aunque decir algo así implica simplificar la historia y dar por resueltos debates aun abiertos, pase (en beneficio de la brevedad), pero, de nuevo, eso no zanja el tema. Se podría hacer la operación inversa: por ejemplo, quienes hoy apoyan el aborto ayer eran partidarios de la eugenesia racial o de los totalitarismos (los llamados progresistas tienen, naturalmente, mala memoria), pero eso sería subir innecesariamente el volumen, y además sería injusto con algunas personas particulares que no caben dentro de los grupos.

Pero yendo más allá de las etiquetas, lo que es verdaderamente útil en el debate sobre el aborto es aclarar algunas nociones ambiguas y revisar algunos postulados que no se cuestionan. Una distinción que hay que hacer es entre el todo y la parte. Una parte de un ser vivo estará viva, pero no constituye un ser vivo individual. Si una parte de un ser vivo puede mantenerse viva fuera de éste hay que ver si tiende a permanecer como parte (ayudada desde fuera) o a formar un nuevo todo (dirigiendo su desarrollo desde sí misma). Una célula de piel humana que se multiplica en una placa de Petri, por lo tanto, es humana (de la especie Homo sapiens) pero no es un individuo humano. Esta distinción permite aclarar algunos equívocos. Si bien todo ser humano tiene su inicio en una célula, no toda célula humana es un individuo humano.

Por otra parte, la consideración acerca de la capacidad de una célula de dirigir su propio crecimiento y diferenciación permite entender mejor porqué es arbitrario atribuir la condición humana al desarrollo de ciertas estructuras, como la corteza cerebral o el sistema nervioso. Si un embrión que no tiene sistema nervioso no puede tener percepciones, sí tiene la capacidad de desarrollar su sistema nervioso que le permitirá tener percepciones. (Puesto de otra manera, un ser sin cerebro puede “fabricar” su propio cerebro.) Basar la “humanidad” en ciertas cualidades y no en la pertenencia a una especie es imponer una definición asumida de antemano (imposición que hacen quienes ya cumplen con la definición, por supuesto). Además, aparece el problema de que las cualidades son graduales (¿si para ser humano hay que tener auto-conciencia, una persona con mayor auto-conciencia es más humano que una que recién la ha adquirido?), pero no se puede pertenecer a medias a una especie. También podría cuestionarse el por qué de una cualidad y no otra (¿por qué poner la humanidad en la percepción –que es algo que se comparte con los animales– y no en el lenguaje?).

Queda el problema del nacimiento (en lo que respecta a la ley civil, también es necesario comprender la intención y los límites de la ley, pero eso alargaría tomaría demasiado espacio, en todo caso, la ley siempre se puede cambiar). El nacimiento algo que le ocurre a un ser, y que le puede ocurrir en un momento u otro, sin mayor diferencia. La dependencia que implica no haber nacido no tiene por qué implicar menos derechos. (Puesto de otra manera: un niño puede nacer prematuramente a las 30 semanas de gestación y quedar inscrito en el registro civil con su nombre y rut, mientras que otro que sigue en el útero a las 35, a pesar de estar más desarrollado, de llevar más tiempo vivo, no tiene existencia legal plena.)

Por último, es bueno comprender lo que la ciencia (palabra mágica) puede dar a conocer y lo que no. La ciencia puede determinar si un ser vivo es de una especie o de otra (aunque el concepto de especie sea complejo), la observación empírica puede determinar si algo es un ser vivo, una parte de un ser vivo o un conjunto de individuos, o si algo está vivo o muerto, pero no puede determinar si un ser vivo es persona o tiene derechos, puesto que esos son conceptos filosóficos.

Puede que una discusión sobre el aborto en que la intención sea comprender mejor los temas involucrados mediante el razonamiento riguroso, más que la descalificación del contrario por cualquier medio, ayude a superar algo el diálogo de sordos que hemos tenido hasta ahora. 

lunes, 24 de agosto de 2015

Conversación de cosas no dichas

“Acá hay una conversación de cosas no dichas, en Chile hay aborto” ha dicho nuestra presidente en una entrevista radial, repitiendo un conocido argumento que puede usarse a favor de lo que sea, afirmando que tal o cual cosa “es una realidad”. Por supuesto que en Chile hay aborto, además, se ha dicho hasta el cansancio. También hay maltrato a las mujeres, conducción a exceso de velocidad, malversación de fondos públicos, evasión de impuestos, etc. El hecho material que algo ocurra no implica absolutamente nada en su favor o en contra. La cuestión es qué se hace con eso que ocurre. Como argumento es banal, por no decir estúpido, y como algunas de las personas que lo repiten son bastante hábiles, lo que hay que hacer es indagar, precisamente, sobre lo implícito, sobre lo no dicho.

La primera de las cosas no dichas es que esto no es una conversación ni un debate, porque un argumento del tipo usado por la presidente ya asume que el aborto no algo ni tan malo ni tan grave como para prohibirlo en toda circunstancia. Y si los ricos pueden hacer algo que lo pobres no pueden permitirse, eso tampoco es razón para permitirlo o prohibirlo, depende de la cuestión previa, que algo asumido pero no dicho. Si los ricos lo hacen y es grave, entonces la solución es una mayor fiscalización, no una despenalización. La voluntad de imponer el aborto en Chile es clara y previa a cualquier debate. Dada la solidez de las razones médicas, éticas (y prudenciales) para defender el derecho a la vida del que está por nacer, la actitud de nuestras autoridades sólo puede ser calificada de contumaz (como lo hizo el profesor Jorge Martínez Barrera, del Instituto de Filosofía de la PUC).

Una segunda cosa no dicha es que si bien en Chile hay aborto, no sabemos cuántos casos de los abortos que hay quedarán cubiertos por las tres causales que contempla la despenalización (probablemente muy pocos). Tampoco sabemos a ciencia cierta cuántos abortos hay; es un delito que la víctima no denuncia (porque muere) y la familia tampoco (porque es cómplice). Lo que sí sabemos es que las estimaciones más serias, como las del Dr. Elard Koch, están muy por debajo de las cifras que entrega la propaganda pro-aborto. También sabemos, por el testimonio del Dr. Nathanson, que el lobby pro-aborto no tiene problemas en inflar las cifras para su conveniencia.

La tercera cosa no dicha es la intención que hay detrás de la despenalización del aborto. Una cierta desconfianza de los ciudadanos hacia el gobierno es siempre saludable, pero en este caso (y con este gobierno) es algo obligatorio. Los principios invocados en dos de las tres causales abren la puerta a una despenalización más amplia, éste ha sido el camino seguido por los países dónde hay aborto. Tampoco se ha dicho cuánta presión internacional ha habido para despenalizar el aborto, ni los intereses económicos involucrados.

Y la última cosa no dicha es el horror del aborto, la deshumanización de una sociedad que se permite destruir a sus miembros más inocentes y más débiles. Para ver esto es cosa de mirar a los países donde se ha impuesto, de a poco, siempre de a poco, la cultura de la muerte. 

martes, 7 de julio de 2015

Aborto: derechos en cuestión

Comencemos considerando que el lector de estas líneas tiene derecho a la vida. En concreto, este derecho consiste en que a uno no se le puede despedazar, ahogar en una solución salina, triturar el cráneo, etc.  Para hacer valer este derecho se recurre a las instituciones y, en caso extremo, a la propia fuerza. Cuál sea el origen o fundamento de este derecho no es algo para investigar ahora, basta con que el lector esté convencido de que es titular del derecho a no ser asesinado. Pero aparte de la pregunta por el fundamento de este derecho, pueden hacerse otras de alguna manera relacionadas con la anterior: si tengo el derecho a la vida, ¿desde cuándo lo tengo? y ¿quién más lo tiene?

Respondamos en primera persona. ¿Desde cuándo tengo derecho a que se respete mi  vida? Desde que yo soy yo, obvio, dado que yo soy el titular. Pero desde cuándo hay un sujeto de derechos, desde cuándo soy, eso ya no es tan obvio. Uno puede hacer memoria, y como mínimo sabe que si hay  recuerdos conscientes, hay un titular del derecho a la vida. Cada uno sabrá qué edad tendría cuando formó sus primeros recuerdos ¿Tres años? Bien, pero antes de eso, a los once meses ¿tenía yo derecho a no ser muerto? Parece que sí, entre otras razones porque once meses yo era yo, el mismo que soy ahora, aunque no lo supiera. La auto-conciencia  no parece ser el criterio último de inicio del derecho a la vida. Por lo demás el sueño, la anestesia, la borrachera o las drogas también anulan la conciencia pero no quitan el derecho a la vida. Es cierto que el que pierde la conciencia por estas causas la recupera después de un tiempo, sí, pero también el ser humano demasiado joven para ser consciente la alcanza si se espera lo suficiente. La continuidad del “yo” a través de los periodos de inconsciencia y llevada aún al periodo anterior su inicio hace que nos replanteemos la cuestión. Quizás el concepto clave aquí es el de continuidad. Si la conciencia no es continua, habrá que ver qué es lo continuo, lo que da unidad. El comienzo de este continuo que es la vida de cada uno tendrá que estar en un inicio que sea una ruptura con algo anterior o en una novedad (de lo contrario nuestro “yo” se extendería indefinidamente hacia el pasado). El nacimiento no es una ruptura tan grande como para ser ese inicio, porque es un evento que puede ocurrir en distintos momentos para cada uno (nueve meses de gestación, ocho meses y medio, etc.). Es decir, el suponer que ya hay un “uno” que espera nacer indica que se existía antes de eso. De hecho, el único evento en la vida de cada uno que supone una novedad, que no presupone que “uno” existe en el momento anterior, es la concepción o fecundación, dónde dos se transforman en “uno” y aparece algo o alguien realmente nuevo. Todo lo que viene después es un continuo gradual: cambios de tamaño y figura, aumento de capacidades, etc.

Sobre lo segundo, sin entrar en el fundamento del derecho a la vida, se puede responder que si alguien más tiene un derecho que yo tengo, tendrá que ser alguien como uno, otro como yo. ¿En qué sentido como yo? Por supuesto que no en un parecido superficial, tamaño, figura, capacidades; cosas que admiten grados, de más o menos. De ser así, los que fueran más como uno podrían reclamar el mismo derecho con más propiedad que los menos parecidos. Tendrá que ser entonces un parecido en algo fundamental, que no admita de grados. Aunque no parezcan ser los términos más adecuados, se podría formular así: si alguien más, si algún otro, tiene derecho a la vida, ese  otro tiene que ser el mismo tipo de cosa que yo. Es decir, otro ser humano. Otro Homo sapiens. Y el feto, el embrión, lo es.

martes, 10 de marzo de 2015

Sobre la decadencia intelectual del catolicismo en el debate sobre el aborto: una breve respuesta a Eduardo Sabrovsky

Se debate la despenalización del aborto en tres casos bien definidos y algunos (los católicos) insisten, insistimos, en debatir la cuestión en general. La experiencia de otros países y el que se trate de un principio ampliable (el embarazo por violación y el embarazo inviable son dos casos extremos de embarazos no deseados), además de su justificación como un supuesto derecho, muestran que el asunto difícilmente se quedará en esos tres casos bien definidos.

El profesor Eduardo Sabrovsky nota una cierta pobreza o decadencia intelectual del catolicismo en este debate. Puede ser que haga falta argumentar más explícitamente –aunque en temas como este la Iglesia se dirige a todos los hombres, y los católicos argumentamos no en cuanto tales, sino apelando a la razón y encontrado terreno común con figuras tan dispares como Tabaré Vásquez o Norberto Bobbio. Pero puede ser también que en un argumento se confunda simplicidad con pobreza y, por otra parte, rebuscamiento con sofisticación.

El argumento de la Iglesia contra el aborto (sea por violación, inviabilidad o cualquier causa) es muy simple y se compone de dos elementos: uno teológico-filosófico y otro empírico. El primero es el quinto mandamiento del decálogo: “no matarás”. Aunque el fundamento último de este mandamiento sea teológico, no hace falta creer en Dios para aceptarlo. Adorno y Horkheimer, por ejemplo, reconocen que la prohibición del asesinato sólo se justifica desde la religión, lo cual no quiere decir que no pueda haber otras razones más débiles (como la necesidad de la cohesión social) que fundamenten su prohibición.

Curiosamente, el segundo elemento, la parte empírica, es más controvertido. Consiste en afirmar que aquello que hay en el vientre de una mujer embarazada es un ser humano, y por lo tanto se le aplica el “no matarás”. La controversia puede darse a distintos niveles, desde negar la vida del embrión, su individualidad o su calidad de sujeto de derechos. En los niveles más básicos la discusión puede decidirse apelando a la ciencia (y no a la religión), pues es la ciencia la que nos puede decir si algo es un individuo o un parte de un individuo, a qué especie pertenece y si está vivo o no. La filosofía moral (o la teología) entra al tratar cuestiones como si acaso se puede o no destruir un individuo en particular. Como la mayoría acepta que no puede justificarse la destrucción de un individuo humano inocente, el argumento nunca llega a alturas muy elevadas. Además, son evidentes las consecuencias que se siguen de lo contrario: como no hay mayor diferencia entre un no nacido y un recién nacido, justificar el aborto implicaría justificar el infanticidio, como bien lo ven y aceptan Peter Singer, Alberto Guibilini y Francesca Minerva, entre otros.

Ahora bien, una manera de hacerle el quite al asunto es cuestionar la ciencia. Es verdad que la ciencia comete errores y está siempre avanzado, pero eso no quita que también tenga aciertos y claridad en ciertos campos. Identificar un individuo como ser humano vivo no es algo demasiado problemático para la “tecno-ciencia” moderna. Por lo demás, si vamos a dudar, es mejor errar en el lado de la prudencia. En cuanto a la afirmación que la madre y el feto conforman un “sistema”, se puede considerar que dependencia no implica fusión; después de todo en un eco-sistema los individuos mantienen su individualidad y a nadie se le ocurriría decir que uno, al respirar el oxígeno que producen los árboles, es un sistema árbol-humano. Respecto de que la imagen del rostro del embrión sea también un producto de la “tecno-ciencia”, la solución es más sencilla: lo es para los que no están en contacto directo con él. Un cirujano neonatal ve el rostro del embrión de manera tan directa como al de cualquier otro ser humano. Por lo demás, por poner un ejemplo, el que una fractura se vea a través de un medio tecnológico, como una radiografía, no la hace una producción científica o algo ficticio (se puede dudar de la ciencia tranquilamente, hasta que se la necesita).

Queda por negar la protección que merece o merecería el embrión; negar su ser persona. Es un argumento interesante, que excede las pretensiones de este escrito. Sin embargo se puede abreviar bastante si se considera que cualquier característica que se proponga como necesaria para ser persona y que el embrión no tenga (autoconciencia, deseos, proyección, etc.) probablemente faltará en algún otro tipo de ser humano ya nacido, por eso la conclusión lógica de apoyar el aborto es apoyar el infanticidio, aunque pocos quieran llegar tan lejos como Singer, Guibilini o Minerva. Pero de nuevo, si algo o alguien es persona, no es una cuestión religiosa. El argumento religioso es que la persona merece protección. Contra esa afirmación, que una mente suficientemente abierta podría cuestionar, generalmente no se argumenta, sino que se usa la fuerza. El que los católicos no siempre hayamos vivido de acuerdo a lo que profesamos puede que le quite peso testimonial al argumento, pero no validez.

Queda una consideración por hacer. ¿Qué le importa a la Iglesia que los no católicos dispongan de la vida de sus hijos como lo haría un pater familias? Eso toca a la vocación universal del cristianismo, por lo que siempre estará en algún grado de conflicto con el mundo. Pero esta consideración excede el ámbito de escrito.

Para finalizar: esta no es la primera vez en la historia en que se le niega un derecho básico a un grupo de seres humanos. La fundamentación o justificación de una negación de esa magnitud suele requerir proezas mentales considerables (es la experiencia común del que quiere justificar lo injustificable: desarrolla sofismas muy complejos). Afirmar la verdad suele ser bastante más simple.

jueves, 19 de febrero de 2015

El debate sobre el aborto, y los Jaujarana

Hace unos días tuve la suerte de conocer a un simpatiquísimo locutor de radio uruguayo (me ha pedido que no divulgue su nombre), que en su juventud escribió algunos guiones para el grupo humorístico los Jaujarana, famoso en Chile por su actuación en Sábados Gigantes. La mención de este grupo trajo a mi memoria vagos recuerdos ochenteros infantiles, por lo que decidí repasar los sketches de los Jaujarana en youtube. Los más clásicos seguían una estructura bastante similar, pero efectiva: un hombre entra a una farmacia y pide alguna cosa que no sea un remedio (un par de zapatillas, un disco de Mozart, etc.). Cuando el farmacéutico le dice que no tiene el producto, el cliente empieza su discurso (léase con fuerte acento “uruguascho”): “usted me está negando la música, la cultura, esto se va a saber, etc. etc.” A lo que el otro responde siempre “pero señor, esto es una farmacia”, para ser interpelado con “¿y a acaso le he preguntado yo lo que es esto?” y así.

Volver a ver el clásico sketch de los Jaujarana me recordó de inmediato el debate actual sobre el aborto. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Nada directamente, pero hay un parecido: el hombre que entra a la farmacia, y reclama, dice puras cosas verdaderas, pero no acierta en lo principal. En el debate actual sobre el aborto pasa algo similar; se habla de derechos, sufrimientos, peligros incluso (“usted me está negando la autonomía, está contra el derecho a decidir, etc.” parece que se oye, con ese mismo acento que distinguía a los Jaujarana). Mientras tanto, lo central, el estatus del embrión humano –o del ser humano en su etapa embrionaria–, se pasa por alto olímpicamente. Filosofía y humor tienen una relación parecida, ambos dependen del razonamiento; en el caso del humor, para que funcione, el razonamiento tiene que tener un error que sea reconocible pero que también sea plausible. Lo que saca sonrisas en cualquier sketch de los Jaujarana en un debate serio, sin embargo, no resulta divertido. Y lo peor, es que el cliente de la farmacia convencido de las verdades que decía, ciego para lo fundamental, no atendía a las razones del farmacéutico. Aquí, lo mismo.

martes, 27 de enero de 2015

Aborto y tortura: problemas resueltos

En caso que el lector se pregunte, no se trata de vincular ambas prácticas, para eso está este artículo en Mercatornet. Se trata más bien de hacer un ejercicio de razonamiento analógico, de reemplazar un término por otro y ver si el resultado es el mismo. La presidente Michelle Bachelet ha pedido respecto del aborto “una discusión madura, informada y propositiva”. Una frase como esa ya está cargada de contenido. A nadie se le ocurriría plantear una discusión madura, informada y propositiva respecto del uso de la tortura, a pesar de que el crimen esté en alza y aunque el terrorismo en la Araucanía y los bombazos en Santiago no hayan podido ser detenidos. No, un tema así simplemente no es discutible por mucho que vivamos en un país libre, entre personas abiertas de mente. Si se pide una discusión sobre alguna cosa quiere decir, de manera implícita, que ya es de alguna manera aceptable.

Cuando se busca discutir algo que antes era impensable –como hoy lo sería el uso de la tortura en el sistema judicial– lo que se busca en realidad es un resultado afirmativo. Si después de discutir el aborto, y de escuchar a todos los que tengan que decir algo (menos, por supuesto, a los directamente afectados por el aborto, que son muy pequeños y débiles para hacerse oír), la conclusión es negativa, se discutirá de nuevo hasta que se apruebe. De eso se trata.

La frase de la Presidente Bachelet, al parecer tan inocua, trae a la memoria otra frase memorable, y de extremada utilidad para pensar estos temas, que en el futuro próximo se nos vendrán encima como una avalancha. Decía el fallecido Richard J. Neuhaus en un artículo en Commentary  que “miles de, así llamados, expertos en ética médica y bioética van guiando profesionalmente lo impensable en su paso hacia lo debatible, en el camino a lo justificable, hasta que finalmente queda establecido como lo corriente”. El camino es rápido: ahora se pide simplemente debatir, pero cuando el rector de la Pontificia Universidad Católica reclamó el derecho de objeción de conciencia, dando por hecho el resultado de un debate que todavía no ha tenido lugar, personajes del gobierno inmediatamente salieron a negárselo: quedó claro como el aborto pasó de lo debatible a lo exigible, aun antes de su despenalización.

No hay que engañase, esta discusión será, desde el comienzo, deshonesta, amañada, sesgada; porque el asunto (moralidad) del aborto, para quién propone discutirlo, ya está resuelto.

martes, 2 de diciembre de 2014

Aborto, libertad y derechos

Si hay algún absoluto moral que hoy sea aceptado, es que la libertad de uno termina donde empieza la del otro. No es mucho, pero es algo. Dónde queda ese misterioso lugar donde se encuentran ambas libertades, qué se hace en caso de un conflicto irreconciliable y por qué se ha de respetar la libertad del otro, son cosas no resueltas. Algunos, más concretos, dicen que la libertad de uno termina donde empiezan los derechos del otro, y por supuesto, queda por resolver cuáles son esos derechos y quién cuenta como un "otro" que pueda tener derechos. Si bien estas formulaciones no consideran una buena parte de la vida moral del hombre, son relevantes para la discusión actual sobre el aborto, que hace tiempo dejó de ser un asunto de salud.

La pregunta por el "otro" es la primera; desde la respuesta que se obtenga podrá resolverse la cuestión de sus derechos. Ya es un problema plantearse quién es sujeto de derechos, y si alguien tiene el derecho de determinar quien cuenta como un "otro". Si los derechos son algo meramente otorgado por unos a otros entonces no son verdaderos derechos. Si se entiende el derecho como aquello que a uno le pertenece, como lo propio, no puede ser algo recibido sino poseído desde que se es. Después de todo, quien otorga también puede quitar. La libertad de uno o de una, entonces, ¿termina dónde empieza el derecho del feto a no ser destruido? ¿Es el feto un sujeto de derechos? Es tentador disminuirle los derechos al embrión humano (¿con qué derecho?), al fin y al cabo, un embrión puede ser molesto y si se lo quita de en medio no hay quien reclame por él. Además, él es diferente. Sin embargo, proceder de esta manera lleva a algunas posiciones que pueden llegar a ser insostenibles.

Está claro que el ser humano adulto es sujeto de derechos. La pregunta es dónde radican esos derechos humanos. Siguiendo la definición, podría responderse que radican en misma humanidad, en el hecho de ser humano y no otra cosa. Siendo así la situación, dado que el embrión que es tan miembro de la especie Homo sapiens como cualquier adulto, también es sujeto de derechos humanos y esos derechos constituirían un límite a la libertad de otros. Para quitar o disminuir los derechos del embrión, entonces, es necesario hacer que los derechos humanos no radiquen en la humanidad misma, sino en alguna característica de ella, como la auto-conciencia, la capacidad de proyectarse al futuro y tener intereses propios, la capacidad de sentir dolor, el desarrollo del sistema nervioso central, ser querido o deseado por otros, etc. El problema es que es si se procede así hay otros que caen o pueden caer en la categoría de los sin derechos, como los niños recién nacidos o los enfermos mentales severos. Si bien en el Chile actual es insostenible afirmar que un niño de pocos meses no tenga derechos, por no tener auto-conciencia, intereses propios, etc. ya hay profesores de prestigiosas universidades que proponen esto en revistas académicas. Es el "progreso" lógico de una posición a otra. 

Pero eso no es lo de fondo. El asunto es que las características de un ser humano, como la capacidad de tomar decisiones sobre su vida, su inteligencia, el desarrollo o deterioro de su sistema nervioso, etc. son todas características que admiten de grados, de más o menos. Si los derechos de la persona radican ahí, se abre la puerta a distintas categorías de seres humanos, con más o menos derechos según sea mayor o menor su desarrollo cognitivo, capacidad para proyectar el futuro, etc. La humanidad, en cambio, no admite de grados, o se es humano o se es otra cosa, pero no hay seres humanos que sean más humanos que otros. Esos nos hace a todos iguales, igualmente humanos, iguales en humanidad, también, a los recién nacidos, a los niños prematuros y a los embriones.

martes, 8 de julio de 2014

Aborto y conducta heroica

A raíz del debate sobre el aborto se ha surgido nuevamente la pregunta si acaso se le puede exigir a alguien una conducta heroica. La respuesta breve es que sí, si la situación lo amerita, es cosa de recordar las efemérides de estos días. (¿Alguien repara alguna vez en quién sale en el billete de mil pesos y  por qué?). Anteriormente hemos tratado el tema desde el punto del valor de la vida humana y del estatuto del no-nacido, pero es interesante ahora considerar el heroísmo en sí mismo, ya que tanto se usa el término.

Se consideraría que un llevar a término el embarazo de un feto inviable o producto de una violación sería una carga a la que a nadie estaría obligado. En última instancia se trata de dos casos extremos de embarazos no deseados, por eso la legislación abortista comienza por casos extremos pero se pone cada vez más laxa: se trata de diferencias de grados y no de tipos. Se puede considerar si acaso llevar un embarazo no deseado a término es una conducta heroica o simplemente buena. ¿Dónde, en la escala de hacer lo no que uno no quiere, comienza el heroísmo? Esta es una de las preguntas más duras sobre el aborto, siempre que se tome en serio.

El heroísmo implica un sacrificio por otros y es por eso, quizás, que en una sociedad que reduce al mínimo los vínculos entre personas la conducta heroica sea problemática. La sociedad plural pone el énfasis en los vínculos libremente adquiridos y una de las características de la conducta heroica es que suele surgir de una imposición de las circunstancias, que no se eligen.

Esto hace que la situación en la que se presenta la posibilidad de actuar heroicamente opere generalmente como una disyuntiva: o se es héroe, o se actúa mal, sin término medio. Por ejemplo, una persona puede presenciar algún crimen, si intenta impedirlo se expone a un riesgo, pero actúa valientemente. Si decide dejarlo pasar, no se expone, pero es cobarde. Lo que no cabe es seguir por la vida así no más. Hay situaciones en las que actuar bien es lo mismo que ser heroico, y en la que no serlo es actuar mal. Esas situaciones, por su naturaleza, no son libremente elegidas.

Esto no resuelve la interrogante si acaso no abortar es una conducta heroica, o si acaso la sociedad puede exigir ciertos actos heroicos, pero sí muestra que la conducta moral no es simplemente elegir o decidir una cosa, sino elegir o decidir frente a situaciones que no se eligen, lo cual, por supuesto, es algo que a la mentalidad autonomista le cuesta aceptar.

Como corolario a la cuestión se puede añadir lo siguiente: si no se puede obligar a nadie llevar un embarazo a término, puesto que eso consistiría en una conducta heroica puramente personal, tampoco podría obligarse a nadie a pagar pensiones alimenticias por un hijo no esperado: los vínculos naturales obligan a todos o no obligan a nadie.

martes, 17 de junio de 2014

Los buenos a favor del aborto

No, no es que los buenos estén a favor del aborto así no más, porque el aborto es siempre “algo” terrible, por lo que ojalá nadie tuviera que pasar. Pero los buenos son tan comprensivos que no impondrían su opinión a nadie, no juzgarían al que actuara distinto y entienden que se trata de una decisión dura, personal.
En nuestra sociedad existe una clase, autodefinida pero con amplio reconocimiento, de los oficialmente buenos. Son los dueños de la bondad. Como son buenos, hacen y dicen cosas buenas. Parte importante de su oficio consiste en denunciar a los malos, eso es lo que les da más visibilidad.

En estos días ha ocurrido algo curioso: los malos, en gran número, se han lanzado a defender la vida del que está por nacer y se han opuesto a las iniciativas para despenalizar el aborto. (El aborto, como la marihuana y el matrimonio entre personas del mismo sexo es un gusto de cuico joven). Las críticas no se han hecho esperar de los buenos: hipocresía e incoherencia.

Dicen los buenos que los que ahora se oponen al aborto en su momento estuvieron a favor de la pena de muerte, o que no se ocupan de los demás en ninguna otra forma, etc. (los buenos pueden juzgar el pasado, presente y las intenciones de quienes no conocen personalmente). Interesante, aunque no vaya al fondo de la cuestión, que es la condición del no nacido. Pero, en efecto, podría darse una incoherencia al defender al no nacido y no ocuparse del nacido. El asunto es cómo se resuelve. Da la impresión que los buenos quieren que los malos sean coherentes en su maldad (con eso les dan la razón en su oposición al aborto). No es que se los anime a ocuparse de los nacidos, sino que se los reprende por ocuparse del no nacido.

¿Y si los malos fuesen favorables al aborto, los buenos, los que han criticado, serían contrarios? ¿Se quedarían más tranquilos? (¿Les remuerde la conciencia por no ser capaces de abrazar esa bandera?). Esta situación me recuerda una conversación que tuve con una compañera de curso hace mucho tiempo, en un país donde el aborto era legal y el debate, fiero. Me dijo: “entiendo que el aborto es un crimen, pero me supera ponerme del mismo lado de los pro-vida”.

Dos consideraciones: primero, la realidad es compleja, y los malos no son nunca ni siempre tan malos como les parece a los buenos.  Segundo, al parecer hay algo que a los oficialmente buenos les importa más que hacer el bien, que es su propia imagen. Si para mantenerla hay que ensuciar la de otro (en vez de unirse en la defensa de una causa común), quiere decir que es muy precaria. Los beneficiarios de los oficialmente buenos no pasan de ser actores secundarios en este drama, y al no nacido no le alcanza ni para eso.

martes, 10 de junio de 2014

Para discutir sobre el aborto

Para discutir sobre el aborto, lo primero que hay que tener en cuenta es que esta discusión es una distracción. Es parte de la estrategia del gobierno poner muchos temas sobre la mesa para dispersar la atención que cada uno de los puntos de la agenda pudiera atraer si estuviese sólo.

Lo segundo que hay que tener claro es si acaso uno está realmente abierto a la discusión, es decir, saber qué es lo que tendría que probar el contrario para convencerlo a uno. Si no hay nada (aunque sea hipotéticamente) que el interlocutor pudiera probar para convencerlo a uno, quiere decir que uno es un fanático y que la discusión no vale la pena. En mi caso, como soy contrario al aborto, el interlocutor tendría que demostrar una de dos cosas para cambiar mi parecer: (1) que el embrión no es un individuo humano vivo, o (2) (a) que no todo individuo humano inocente tiene el derecho a la vida, y (b) que el embrión es uno de esos casos. El punto (1) es un asunto de ciencia, el punto (2) de filosofía moral. Quien esté a favor del aborto tendrá que aclarar qué es lo que tendría que probarse para cambiar de parecer. Una vez establecido esto, al entrar en las razones y consecuencias de lo que se afirma y se niega, se puede comenzar una discusión.

Lo tercero que hay que tener en cuenta es que esta discusión no parte de cero: como en otros lugares del mundo el aborto es legal desde hace más de cuarenta años hay muchos datos y experiencias a considerar. Entre estas se pueden mencionar, por ejemplo, que ahora, gracias a ecografías en 3D podemos ver al embrión durante su desarrollo; que el embrión es considerado un paciente y puede recibir cuidados médicos in utero; que Chile tiene la mortalidad materno infantil más baja de Latinoamérica sin tener ley de aborto; que gracias al avance la medicina los casos en los que se presenta la disyuntiva de elegir entre la madre y el hijo prácticamente no ocurren; que el aborto, aún en condiciones hospitalarias, es un procedimiento que pone en riesgo la salud de la mujer; que gracias al avance de la medicina la viabilidad fetal se alcanza cada vez con menor tiempo de gestación; que una legislación que comienza considerando casos extremos puede terminar aceptando prácticas como el aborto por decapitación en el noveno mes; que el aborto deja secuelas profundas en la mujer; que en algunos países como India y China se usa para discriminar (son abortadas muchas más hijas que hijos); que en Europa occidental el aborto eugenésico es rutina; que en Europa oriental se usa como método ordinario de control de la natalidad; que la gran mayoría de mujeres que abortan no lo harían si contaran con apoyo de su entorno inmediato; que las clínicas abortivas han llegado a ser un gran negocio con el que lucran personas con poca consideración por la mujer embarazada; que una sociedad que permite el aborto exime al hombre de responsabilidades y se las carga a la mujer; etc.

No es fácil discutir razonablemente, pero vale la pena.

martes, 3 de junio de 2014

Lo que se puede discutir y lo que no

Michelle Bachelet ha dicho que es democrático discutir sobre el aborto y que el país está  maduro para ello. Eduardo Frei dijo hace algunos años algo parecido: que en democracia puede discutirse cualquier cosa. Pero eso no es cierto. Desde un punto de vista teórico, para poder discutir hace falta algo indiscutible que sea el punto de partida, de lo contrario ocurre una regresión al infinito. Esto no quiere decir que el punto de partida sea irracional, de hecho, tiene que ser evidente. Pero a cada orden de cosas le corresponde su propia base (como se evita caer en la circularidad, además de la regresión infinita, es algo que excede las pretensiones de esta columna).

Lo que no se discute es lo que se asume. Habría que ver qué es lo que se asume en democracia, o qué es lo que asume la democracia como forma de gobierno. Un sistema democrático parte de la igual dignidad de todos quienes participan él. Eso no se discute, eso no puede discutirse en una democracia porque si se hace, deja de ser democracia. Es por esta razón que, con mayores o menores restricciones, opera la ley de la mayoría (sería absurdo decir que manda la mayoría porque la mayoría así lo decide).

Lo anterior ya es un tanto problemático, porque no todos participan o pueden participar en la democracia. Fuera de ella quedan, entre otros, los menores de edad y los extranjeros. Sin embargo, aunque no sean ciudadanos, los que no participan también gozan de las garantías de la democracia, porque se los reconoce como iguales en lo sustancial. ¿Pero quién dice que los menores de edad y los extranjeros merecen el mismo respeto que los ciudadanos? No parece razonable aceptar que sean los mismos ciudadanos que decidan eso, porque el que otorga derechos puede quitarlos, unos quedarían sometidos a la voluntad de otros en lo esencial, y la democracia dejaría de serlo. Simplemente se reconoce (y esta es la palabra clave) que todo el que es como uno, es decir un ser humano, merece el mismo respeto que uno.

En la medida en que se discute el fundamento mismo de la democracia, se hunde; pasa a ser una tiranía de la mayoría. Se puede decir que si en democracia es importante aquello que se discute (gobierno, economía, educación, etc.), aquello que no se discute es más importante todavía. A nadie se le ocurriría, por ejemplo, que se puede deliberar sobre la validez de la tortura o cosas parecidas.

Que en democracia haya cosas que no puedan discutirse no constituye un límite, sino una base. En democracia no todo puede discutirse,  pero lo que se discute pueden discutirlo todos (o todos son tomados en cuenta). En un gobierno totalitario, en cambio, todo puede discutirse, pero sólo lo hacen quienes tienen el poder. Deliberar acerca de la protección que merece un grupo de seres humanos –discutir sobre el aborto– es  socavar la base de la democracia. Si se puede cuestionar el derecho a la vida de un no-nacido, todos los demás derechos quedan en entredicho.

martes, 27 de mayo de 2014

Y ahora lo discutimos

Subestimar al adversario es un error grave. En cierto sentido eso hicimos con Michelle Bachelet. Razones no faltaban, su ineptitud es evidente en ciertas áreas: le dio luz verde al Transantiago, uno de los mayores desastres urbanísticos y fiscales; no fue capaz de mantener el orden en los días posteriores al terremoto del 2010, y tampoco fue capaz de reconstruir Tocopilla el 2007; durante su gobierno aumentaron la pobreza, la desigualdad, el desempleo y otros males sociales, etc.

Pero a pesar de su ineptitud en el gobierno (por algo debían “blindarla” los ministros),  tiene otras habilidades que no fueron consideradas: es hábil en el manejo de los afectos y de la imagen: un delantal blanco sigue siendo “grito y plata” electoralmente, accedió a ser entrevistada – cosa poco frecuente en ella – por la hermana de una de sus ministras, sabe usar el tono de voz correcto para conectar con la gente, etc. Parte de esa habilidad fue su silencio durante el tiempo previo a la campaña, y más durante la campaña misma. A pesar de que fue constantemente criticada por eso, sabía que callar le reportaría más beneficios que daños le haría la crítica.

Parte de su silencio fue la tardanza en presentar un programa, y el referirse a él en vez de hacer explícitas sus intenciones. Por supuesto que quienes, de un lado y otro, observan la política sabían bien lo que venía. Pero la mayoría, esa que ahora se supone está representada en el poder ejecutivo y legislativo, no lee los programas: se entera por lo que se habla, sobre todo en la televisión. Michelle Bachelet nunca se refirió de manera sincera, directa y clara a temas como el aborto y la ideología de género. No entregó información suficiente. No se pronunció, no tomó posiciones, y la campaña se mantuvo dentro de una segura vaguedad.

Ahora ya votaron por ella, ya está en el cargo. Ahora, ha dicho, es el momento de discutir sobre el aborto. Pero también ya ha dicho que el diálogo es para lograr lo que se propone, no para reconsiderarlo. Lo que antes estaba esbozado, ahora está explícito (y se pronuncian personalidades y se arma la polémica). Sin embargo este silencio, que ahora se rompe, respecto de lo importante, de lo que podría haber dañado su candidatura y la de su conglomerado es un tipo de engaño  (¿publicidad engañosa?), un menosprecio a quienes se supone representa y gobierna, y eso no es democracia.

jueves, 10 de mayo de 2012

Aborto: más argumentos accidentales

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Una manera para llegar a comprender ciertas realidades difíciles es la comparación. Ver en qué se parecen dos cosas y en qué difieren ayuda a entender qué es lo propio de cada una. Si se entiende lo que es esencial se pueden evitar las cuestiones periféricas que no conducen a ningún lado.

Menciono esto a propósito de un argumento a favor de la legalización del aborto que he visto usarse alguna vez. Quizás el ejercicio de mostrar cómo se separa lo accidental de lo importante no sea de lo más productivo: los argumentos accidentales, como no van a lo fundamental de un asunto, pueden ser infinitos. El ejemplo en cuestión, en todo caso, puede servir para ilustrar esto y, sobre todo, para ayudar a crear hábitos de pensamiento.

Se ha dicho que el hecho que el aborto sea ilegal implica –como ocurre con todas las actividades ilegales- que el gobierno no tenga  ningún control sobre cómo y dónde se lleva a cabo, quién lo practica, etc. (además de que no genera recaudación tributaria). La legalización del aborto, se argumenta, traería a esta práctica todos los beneficios del  control y la regulación estatal: registro de los proveedores, fiscalización, etc.

Pareciera que regular una realidad inevitable sólo traería cosas buenas, sacándola de las sombras de la ilegalidad. Pero esto no es un argumento a favor de nada, porque elude el tema de fondo. Una comparación lo deja muy claro. Tomemos otra actividad ilegal, como el robo a mano armada. Al estar fuera de la ley, como el aborto, no hay ningún control sobre quiénes lo practican y cómo. Por supuesto que esta actividad no paga impuestos.

Con esta comparación queda claro que lo que importa a la hora de legalizar algo, o de mantenerlo fuera de la ley, es el bien que se busca proteger. Ese bien que se busca proteger es lo que constituye lo esencial de la cuestión. En el caso del aborto el tema de fondo es la vida humana. Si el no-nacido es un ser humano vivo, con derecho a la protección de su vida, consideraciones accidentales sobre la conveniencia de legalizar el aborto para el Estado sepa quién, cómo y cuándo lo realiza, son intrascendentes.

Por lo demás la función pedagógica y social de la ley –bien la conocen los partidarios de la ley antidiscriminación- implica que sean declaradas ilegales algunas actividades aunque sea imposible suprimirlas del todo, por la señal que eso manda sobre los derechos que se busca proteger. Además, la experiencia muestra que una actividad ilegal que se legaliza tiende a hacerse más común, por lo que la simple regulación no es una vía para contenerla. (Pero esto último es en sí accidental, si es que no hay una razón para desear que se evite.)

Finalmente, no dejan de ser elocuentes las últimas palabras de los senadores cuyos proyectos para legislar sobre el aborto fueron rechazados. Muestran que lo último que tenían en mente eran cuestiones sobre el inicio y valor de la vida humana, lo que explica la gran cantidad de argumentos accidentales que circularon mientras se “debatía” la ley de aborto.

martes, 17 de abril de 2012

Aborto e impuestos: comparando argumentos

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

El Senado ha rechazado los tres proyectos de ley sobre el aborto y el debate, naturalmente, ha bajado sus decibeles. La atención pública se centra en otras cosas como la ley anti-discriminación, la delincuencia y el (des)empleo. Aún así, es bueno mirar a algunos de los argumentos que circulan, quizás ahora sea un momento especialmente oportuno ya que hay más calma.
   
Fundamental es distinguir un argumento concluyente de uno accidental. Si se hace un pequeño análisis –y vaya que nos hace falta- se ve que en la mayoría de los casos se parte por el resultado y luego se busca un argumento.

Tomemos, por ejemplo, aquel que comienza por el dato que en Chile hay muchísimos abortos ilegales. Nuestra legislación, como parece evidente, no se adapta a la realidad. La solución sería liberalizar las leyes de aborto. Pareciera que la discusión quedó zanjada. Sin discutir las estadísticas, que tratándose de actividades clandestinas siempre serán especulativas, podemos ver si tal razonamiento se puede aplicar a otro contexto. Podríamos comenzar por el hecho que en Chile hay muchísima evasión de impuestos. Es obvio, por lo tanto, que la legislación no se adapta a la realidad. Lo que habría que hacer, por lo mismo, es bajar los impuestos.

Creo que se entiende el punto, pero se le puede dar otra vuelta. Se dice, por ejemplo, que en Chile, por una vía u otra, los ricos tienen acceso a abortos seguros, mientras que los pobres tienen que dar a luz a los hijos no deseados o abortar clandestinamente. Sería una exigencia de la equidad, entonces, legalizar el aborto. Pero en Chile ocurre que los ricos tienen acceso a abogados que les ayudan a evitar impuestos mientras que los pobres y la clase media se ven forzados a pagar todos sus impuestos, o son perseguidos implacablemente por el SII. Si se aplica la misma línea argumental, lo lógico sería bajar los impuestos para que ricos y pobres estén en igualdad de condiciones tributarias.

Frente a estos problemas no importa tanto ser consistente en la solución, como la razón para aplicar una u otra. Si lo que se quiere es hacer concordar la ley con la realidad, o igualar a ricos y pobres, es tan válido aumentar la fiscalización y las penas como liberalizar las leyes, en uno y otro caso. Pero eso es evadir la cuestión. Para legislar sobre el aborto no importa si de hecho la legislación se cumple o no, o si los ricos pueden quebrantarla con más seguridad que los pobres. Lo que importa es el bien que deben proteger las leyes, lo que en este caso es la vida humana: cuándo empieza, cuál es el criterio para determinar eso, y si acaso toda vida humana debe respetarse o se puede disponer ella por alguna razón. Cualquier otro argumento accidental puede darse vuelta con sin dificultad.

No son cuestiones fáciles, pero el tema es serio. Darse vueltas argumentando cosas periféricas es cobardía, deshonestidad y pereza intelectual: mal fundamento para nuestras leyes.

martes, 3 de abril de 2012

¿Puede el Estado exigirme una conducta heroica?

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Esta es una de las preguntas que recientemente se han hecho senadores, académicos y otros que pretenden justificar el aborto. Es una pregunta capciosa, pues supone demasiadas cosas.

Comencemos respondiendo que sí. La nación sí puede exigir de algunos de sus miembros el heroísmo en aquellas ocasiones en que se presenta la disyuntiva entre comportarse como héroe o hacer el mal. Eso lo sabemos, por ejemplo, los que hemos hecho el servicio militar. Juramos servir fielmente a la Patria hasta rendir la vida si fuese necesario. Si hay políticos que no saben esto, les falta contacto con el Chile real.

Pero esto es un tecnicismo, el tema principal es otro. Se afirma que llevar a término un embarazo producto de una violación es una conducta heroica. Esto ya es un lugar común, pero es razonable cuestionarlo, preguntando si acaso abstenerse de destruir un no nacido puede ser considerado una conducta heroica o simplemente buena. Aún así, aquí tampoco está el meollo del asunto.

El fondo del problema está en el valor de la vida humana. Se ha intentado justificar el aborto diciendo que el embrión no es un ser humano vivo. En Chile hay quien aún cree esto, pero la embriología demuestra lo contrario de manera irrefutable. Luego se ha dicho que un feto, a pesar de ser un ser humano vivo, no tiene derecho absoluto a la vida por carecer de conciencia. Pero los niños de pocos meses tampoco tienen autoconciencia, lo que hace este argumento sirva –por consistencia lógica- para justificar el infanticidio a la vez que el aborto. Para evitar esto, el último paso ha sido decir que simplemente no se puede obligar a una mujer a soportar la carga del embarazo no deseado. Para darle a la situación un giro dramático se propone el caso de una menor de edad embarazada producto de una violación.

¿Puede obligarse a alguien a hacerse cargo de un hijo no deseado? En Chile se obliga al padre a pagar pensión de alimentos, y si no es capaz, se obliga a los abuelos. Es discutible si esto es exigir una conducta heroica, pero si es que existen obligaciones naturales entre las personas seguramente se puede decir algo a favor del no nacido, aún en un embarazo no deseado, por dramático que sea. Teniendo en cuenta que el no nacido es un ser humano en sus primeras etapas de desarrollo (un hecho establecido por la ciencia que sin embargo se por alto en este debate), es razonable pensar que constituye un límite a la libertad. No es fácil poner límites a la libertad, pero la vida de otros es uno de ellos. El derecho a la vida implica el deber de no matar. Este deber puede ser más o menos oneroso, pero si no se respeta es difícil que queden otros derechos.

Lo que se pide, simplemente, es que no se mate a un inocente, menos aún antes de que nazca. Si eso es una conducta heroica es un problema distinto. Por lo demás, quienes plantean sus dudas si acaso se puede exigir heroísmo en un caso así, revelan, sobre todo, su propia pusilanimidad al ser incapaces de tomar una decisión impopular a favor de quienes no pueden presionarlos, porque son muy pequeños para tener voz.

martes, 20 de marzo de 2012

¿Puedo imponerle mi visión de las cosas a otro?

por Federico García (publicado en El Sur, de Concepción)

Se debate en el Senado un proyecto de ley sobre aborto. Un argumento frecuente para liberalizar la ley actual es que nadie puede imponer su propia visión de la realidad a otros. Como no es la primera vez que nos enfrentamos con algo así, quizás el pasado pueda iluminar la situación presente.

A fines del siglo XIX y a comienzos del XX había gente que se dedicaba a cazar indios en la Patagonia. Algunos lo hacían por dinero, otros por deporte. Vendían sus cráneos a museos en Europa o sus orejas a estancieros. Se retrataban con la “pieza” cobrada. Seguramente llegaron a pensar que los Selk’nam eran animales: su color era distinto al de los europeos y emitían unos sonidos que nadie podía entender. El mismo Darwin había escrito sobre ellos “cuesta creer que sean humanos”. Es casi comprensible que un europeo llegara a considerar a un Ona como a una alimaña que le comía sus rebaños y no como a su semejante. Frente a esta situación ¿quién soy yo para imponerle a un cazador de indios mi visión de quién es humano?

El problema de imponer la propia visión puede ser grave, hasta llegar a impedir lo que otro quiere hacer. Sin duda que a un cazador de indios, como lo fue el escocés Alexander McLennan, le habría molestado si alguien le hubiera impedido su tarea, se habría sentido  violentado. ¿Quién soy yo para decirle a él quién puede y quién no puede ser cazado?

El problema es apremiante cuando la visión de las cosas que tiene una persona implica decir que  algunos otros no son humanos. Sin duda que los Selk’nam y los misioneros salesianos querían imponer su visión de las cosas a los colonos, pero Julius Popper y su gente no se dejaban. Seguramente le habrían dicho al padre Agostini algo así como “si se opone a las cacerías de indios, pues no participe, pero no nos imponga su visión de las cosas”. Nadie logró imponer una visión particular a los cazadores de indios. Conocemos el resultado.

¿Qué hacer cuando se contraponen dos maneras incompatibles de ver la realidad? Una posibilidad es que se resuelva de manera “natural”. En ese caso suele perder el más débil, como ocurrió con los indios de la Patagonia. No podemos preguntarles su opinión de este asunto, porque no quedó ninguno. Es muy cómodo, para los que no quieren que otros les impongan su visión, dejar que las cosas sigan su curso y exigir que nadie interfiera.

Pero dejémonos de cuentos; cuando algo importa, cuando hay un bien evidente de por medio, nadie tiene inconveniente en imponer una cierta visión de las cosas. Nadie duerme intranquilo porque al ladrón se lo juzgue y encarcele si es hallado culpable. El ladrón, por supuesto, está en desacuerdo, pero se le impone una visión acerca de la propiedad privada aunque él no la comparta.

Por supuesto que no es fácil determinar qué visiones de las cosas se imponen por ley y cuáles se dejan en libertad para que se decidan “naturalmente”. Pero cuando se trata de decidir quién es un ser humano con derecho a vivir es mejor no estar de lado de “Chancho Colorado” McLennan, simplemente por no querer imponer a otros algo evidente.