por Federico García
Dice Hermógenes Pérez de Arce que esta vez el Senador Girardi tiene algo de razón. Y no queda más que admitir que la población está obesa. No es que sea algo muy terrible, sería peor si hubiera desnutrición rampante. Por lo demás, la solución está fácilmente al alcance del que tenga el problema. No tiene que hacer nada, sólo dejar de hacer algo.
A pesar de esto, el problema continúa y se agrava. Es natural que un político decida hacer lo que hace mejor: regular. Estoy seguro de que lo hace con la mejor de las intenciones, pero podría ser que muchos doctores maten al paciente.
Se nota, en primer lugar, un desconocimiento de cómo funcionan las cosas: si regula la comida envasada, los productores y comerciantes encontrarán la manera de dejar las cosas muy parecidas a cómo están ahora, pero cumpliendo con la regulación (para qué andamos con cosas, los emprendedores suelen ser bastante más inteligentes que los reguladores). Además, por muy agradable que sea pensar que éste es un problema que el gobierno debe solucionar, es un problema que el gobierno no puede solucionar, salvo con un control que ningún amante de la libertad aceptaría. Y no puede solucionarlo porque se trata de algo muy personal: el auto-control. Pero el Estado tiende a tratar a las personas como a menores de edad, incapaces de solucionar los problemas por sí mismos. Lo entiendo. Si las personas solucionaran sus propios problemas no harían falta tantos políticos, ni a los políticos les harían falta tantos fondos.
Auto-control no es un concepto que esté muy de moda. Ni entre los publicistas, o entre los comerciantes, ni menos entre los políticos. ¿Se imaginan un político que predique el esfuerzo? La tendencia ha sido más bien tratar paliativamente los efectos del descontrol. No es sorprendente, entonces, que en vez proclamar que comamos menos y más sano porque estamos gordos, se le eche la culpa a la rotulación de los envases.
Pero no habrá ningún cambio mientras los niños manejen suficiente dinero para comprar golosinas a toda hora. No pasará nada mientras una persona prefiera un litro de coca-cola ($ 645) a un litro de leche descremada ($ 640), o pasar horas frente a facebook a subir un cerro. La regulación no da para tanto.
Lo que sí sirven son los incentivos, pero no se ven muchos de parte del Estado (es notable, en cambio como las carreras promovidas por las marcas de zapatillas convocan a miles de personas periódicamente). Sin entrar mucho a juzgar intenciones me atrevo a decir que los políticos prefieren regular a incentivar porque incentivar obliga a cumplir lo prometido, a abrir la mano, sin aumentar la cuota de poder. La regulación, en cambio, deja claro quién tiene el sartén por el mango. Pero en lo que se refiera a mi comida, el sartén prefiero manejarlo yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario