martes, 24 de noviembre de 2015

Concierto en la Universidad de los Andes

Quienes saben a qué alude el título de esta columna ya conocen la historia, y los que no, pueden revisar los diarios si es que les interesa saber. El intercambio de argumentos que este incidente ha generado ha sido interesante, pero aun así, como dijo Chesterton, en muchas conversaciones modernas, lo innombrable es la base de toda la discusión. Y aunque se haya hablado de tolerancia y de universalidad, hay algunas cosas en esta discusión que quedaron en la penumbra.

Tienen razón quienes dicen que es perfectamente legítimo admirar las cualidades de los adversarios, sin teñirlo todo con la lógica del conflicto. Si uno quiere ir al extremo, el mismo Cristo hace esto en el Evangelio, al poner como ejemplo la astucia de los "hijos de las tinieblas" cuando alaba la inteligencia del administrador injusto. Sin embargo, en la base de esta controversia hay algo más que la mera admiración de un tipo de música cantada por personas que no comparten las ideas de la institución que la presenta. Se trata de la legitimidad social que tiene el comunismo. Es sorprendente que un sistema totalitario, el que ha causado más muertes en el mundo, tenga tanta tribuna en una sociedad como la nuestra. No vale la pena entrar en las razones de ello, que son múltiples, pero es algo no debiera ser. Es inimaginable lo mismo para otros sistemas totalitarios.

Si se pone atención, los ejemplos que se usaron para mostrar que es legítima la admiración del adversario iban todos en la misma dirección. Nadie, aunque piense distinto, se opondría si se dice que se admira el patriotismo de Lagos, la simpatía de Bachelet o la valentía de Escalona. ¿Pero alguien se atrevería a decir –sin temor a escándalo– que admira la visión de estado de Augusto Pinochet, por ejemplo? Es que sólo se puede admirar lo que está pre-aprobado.

No se trata de condenar a personas particulares, sino de tomarse en serio las ideas y los medios que se usan para difundirlas. Respecto de esto es de especial interés la música, que tiene la capacidad para inculcar en el alma sentimientos y disposiciones sin que pasen por el examen de la razón. Esto lo advirtió Platón hace veinticinco siglos en la República y lo reiteró Alan Bloom en El cierre de la mente moderna. Es realmente sorprendente que entre académicos no haya habido mayor mención sobre el rol de la música en la educación de los jóvenes. (Quizás porque es una batalla tan perdida que sólo alguien como Bloom pudo atreverse a alzar la pluma.)

Es que no es tan sencillo resolver el problema de la relación entre la ética y la estética de una obra de arte. Una breve anécdota personal podría ser ilustrativa: cuando empecé a interesarme por el cine un amigo me dijo que sería interesante conocer los documentales de Leni Riefenstahl. Casi no me atreví a pedir en voz alta El triunfo de la voluntad, en aquel videoclub alternativo, cerca de la universidad de Columbia. Cuando lo hice, una de las personas presentes me miró extrañada y dijo "eso es propaganda nazi". Una señora mayor se limitó a añadir "pero está hermosamente filmada". Se pueden reconocer ambas cosas; en nuestro mundo caído el bien y la belleza no van estrictamente unidos, pero eso no implica, jamás, que haya que dar reconocimiento público a quienes pusieron sus talentos artísticos al servicio de una ideología totalitaria (y nos cuesta convencernos de que el comunismo lo es, tanto y más que cualquier otra). Hay que distinguir entre investigar, admirar (parcialmente) y rendir tributo.

El asunto de la prudencia en la acción frente situaciones como ésta queda para otra ocasión.

martes, 17 de noviembre de 2015

El latín y el inglés

Desde hace algunas semanas han aparecido varios artículos en el principal diario nacional en los que varios académicos defienden la enseñanza del latín. Es bonito leer tales cosas pero, por supuesto, nada va a cambiar. El estudio del latín no volverá a nuestros mejores colegios y universidades y seguiremos siendo bárbaros. Es común que se defienda la enseñanza de una lengua muerta desde un punto de vista utilitario: se dice que el estudio del latín es muy útil para el estudio de la gramática castellana (y a la inversa, el estudio de la gramática castellana es útil para aprender latín) y para entrenar la mente en el arte del pensamiento riguroso.  Si se trata de utilidad siempre habrá formas más prácticas de aprender gramática castellana (como estudiarla directamente) o rigor a la hora de pensar (cómo estudiar lógica).

El problema del latín es similar al de los idiomas modernos que se enseñan en Chile y es similar al problema de la educación chilena en general: el utilitarismo. Si se enseña inglés en vez latín o griego, no es que se suponga que la lectura de Shakespeare en su lengua original sea preferible a la lectura de Cicerón en su lengua original, es sólo que el inglés permite hacer más y mejores negocios. No es que eso sea algo malo, pero un idioma es más que una herramienta para generar ingresos, y una educación es algo más que una herramienta para generar ingresos. El problema es que eso sólo puede saberlo una persona educada, por lo mismo, no es fácil salir del problema, ni siquiera estudiando latín.

Es casi obvio que la educación no puede ser sólo una herramienta para conseguir ingresos: si la vida del ser humano se agotara en el mismo mantenerse vivo, no tendría sentido. Pero si después de conseguir el sustento –techo, comida y abrigo– lo único que se busca es la satisfacción de las pasiones (de manera más o menos sofisticada), se vive como un irracional (más o menos sofisticado).  Quizás la falta de un sentido no-utilitario para la educación explica el comportamiento de gran parte de la población educada o en vías de educarse. La solución no pasa tanto por enseñar latín, sino por afirmar que el ser humano está hecho para la vida del intelecto, sea cual sea su forma de ganarse la vida. Si se es capaz de gozar de lo bello y de lo verdadero, sin ninguna consideración utilitaria, entonces se puede entender el sentido de estudiar una lengua que ya no se habla. Si se busca la comprensión del mundo, no para dominarlo, sino simplemente porque eso permite el propio conocimiento, el conocer la lengua de la cultura que dio origen a la nuestra puede hasta resultar atractivo. Pero si se trata de estudiar sólo para ganarse unos pesos, pocos o muchos, cualquier estudio resulta tedioso, y sólo unas pocas materias, útiles.

martes, 10 de noviembre de 2015

Colusiones y codicia

“El mercado es cruel” fue una de las frases famosas de Patricio Aylwin. La competencia salvaje es una de las cosas que se le critica al sistema de libre mercado. Por supuesto: la competencia exige innovar, perfeccionarse, ser más eficiente, creativo… Es mucho más cómodo tener la seguridad de que las cosas se van a mantener como están, pero para eso hay que amarrar algunas piezas móviles.  Lo curioso, o no tanto, es que los grandes empresarios comparten estos sentimientos, y si algo ha dejado el escándalo que han causado los últimos casos de colusión, es una reivindicación del libre intercambio; el control de precios (antes practicado por el Estado) ya no parece una medida tan sensata, aunque genere estabilidad. La gente se da cuenta de que la competencia es beneficiosa para ella. Por otra parte, los grandes empresarios que tanto se han beneficiado de una economía libre no parecen entender que el sistema puede ser reventado desde dentro –y desprestigiado hacia afuera– por conductas como las que hemos visto. Hay ciertas cosas, como el mismo mercado, que no pueden ser privatizadas: siempre requieren de acción  en común.

El sentimiento que esto ha generado es de indignación, que da lugar a juicios mediáticos, linchamientos en las redes sociales y cosas por el estilo. Es natural, la impotencia es de las cosas que dan más rabia. Pero esta indignación pública no es fácil de manejar porque, colectivamente, hemos renunciado a aquello que nos permitiría comprenderla. El problema no es técnico, sino moral. Sobre lo técnico se pueden decir muchas cosas, incluso que las últimas colusiones no han dañado al mercado puesto que no impedían la entrada de nuevos jugadores (si los precios hubieran sido demasiado altos, otros hubieran entrado a competir, pero no lo hicieron), pero lo importante no está ahí. El problema está primero en el corazón del hombre. ¿Por qué unas personas que tienen mucho quieren todavía más? Existía un nombre para eso: codicia. Nadie está a favor de la codicia, claro, pero como la codicia es un amor excesivo por las riquezas, la mentalidad contemporánea naufraga ante un concepto como ese. ¿Quién puede decirle a otro que lo que ama, o cómo lo ama, no está bien? Si cada uno tiene su moral personal, la codicia puede ser tan buena como la generosidad (como lo explica el tango “Cambalache”). Es verdad que para convivir ha de haber reglas comunes, pero de ahí a decir que una conducta o disposición es objetivamente mala…

Por supuesto, aquí se está olvidando algo, que el relativismo contemporáneo se ha protegido introduciendo una salvedad: cada uno define lo que es bueno para sí, siempre que no dañe a los demás. Esto puede servir de consuelo, hasta que surge el desacuerdo sobre lo que constituye daño, o hasta que alguien simplemente decide ignorar la salvedad porque es suficientemente poderoso como para hacerlo sin mayores consecuencias. Y surge la indignación ante el atropello, pero sin la capacidad real de comprender lo que ha ocurrido.

martes, 27 de octubre de 2015

¿Y si el Papa Francisco tuviera razón?

“Él les dijo: ‘Un hombre de familia noble fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar en seguida … Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir: ‘No queremos que este sea nuestro rey’…” (Lc, 19: 12-14).

El nombramiento de Mons. Juan Barros como Obispo de Osorno y su posterior respaldo por el Papa Francisco siguen dando que hablar. Es curioso el revés de la fortuna: quienes habían aclamado a Francisco como un Papa distinto, “profético”, que estaba cambiando la Iglesia, ahora han llegado hasta preguntase si el Papa es tonto y a declarar que Francisco no es más que otro conservador. Este Papa es inclasificable y todo el asunto demuestra que es inútil tratar de apropiarse de su figura para una agenda propia. Por supuesto, si el Papa criticaba la codicia o la dureza de corazón era fácil estar de acuerdo con él, pero vino el nombramiento de Mons. Barros como Obispo de Osorno y el desacuerdo llegó hasta la prensa extranjera. Sin embargo el Papa se negó a retirar el nombramiento pese a las presiones. Se agrió la relación, los que estaban tan entusiasmados con Francisco empezaron a decir cosas como que el Papa debiera escuchar a la gente (¿pero no era este un Papa especialmente cercano?), que los poderes fácticos todavía gobernaban en el Vaticano (¿pero no era este un Papa que clamaba con voz de profeta sin miedo a los poderosos?) y por el estilo. Sin duda que es más agradable que el Papa esté de acuerdo las propias sensibilidades a tener que acatar la autoridad petrina. 

Al final vino la guinda de la torta, que todavía tiene crispados los ánimos de algunos osorninos y de más de algún santiaguino (que es lo que realmente importa). El Papa Francisco mandó a decir a la gente de la diócesis de Osorno que no fueran tontos, que toda esta campaña contra el obispo Barros la han armado los zurdos. Fuertes palabras (ya casi nadie habla de los zurdos). A esas palabras se respondió que el Papa le debía disculpas a los osorninos, que había un pacto (tácito) entre el Papa y la Iglesia chilena para manejar la crisis, etc. Es natural, quien lo ve todo bajo el prisma de una lucha de poder no tiene muchas alternativas para entender la realidad. Quizás lo que no se ha planteado es la explicación más sencilla de todas, a saber, que el Papa tiene razón: que la campaña contra el obispo Barros ha sido armada por los zurdos porque Mons. Juan Barros no es, como decirlo, zurdo. Por supuesto, eso es algo que los zurdos no pueden llegar a reconocer. Mientras tanto, el obispo de Osorno, nombrado y ratificado por el Papa Francisco, sigue siendo insultado e increpado por las calles de su diócesis. Es que el odio, de quienes se han auto-eregido como voceros de un pueblo, no descansa, lo que hace a la explicación del Papa más creíble que cualquier otra.

martes, 20 de octubre de 2015

“Como si le interesara”

Puede ser extraño impartir uno de esos cursos optativos de formación general en alguna universidad. No es fácil, quizás porque los alumnos esperan que sea fácil. La mayoría de ellos va a la universidad a obtener un título y ciertos conocimientos –competencias, se dice ahora– que les permitirán ganarse honradamente la vida en el futuro. No hay nada de malo en eso, salvo que deja fuera mucho de bueno. Pero la universidad hace como que pretende educar además de instruir y obliga a sus alumnos a tomar algunos ramos que no son parte de su carrera (en algunas universidades estos ramos pueden agruparse bajo una palabra cursi como “minor”). Son los optativos obligatorios. Es fácil simpatizar con el predicamento del alumno: ya tiene bastante con estudiar para Cálculo II, para que el profesor de Historia del Arte –por poner un ejemplo cualquiera– le pida que se lea algunos capítulos del Gombrich; pero la lección que el alumno nunca acaba de aprender es que la vida no se adecua a uno (se supone que la universidad prepara para la vida, pero nadie tiene muy claro en qué sentido).

Siendo esta la situación, algunos alumnos no llegan a darse cuenta que lo único optativo que tiene un ramo optativo es que se puede tomar uno u otro, y no siempre (“es que profesor, yo tomé su ramo porque era el único que calzaba con mi horario”). Una vez inscrito, deja de ser optativo; pero las cosas del alma no se pueden forzar, como dice Benedicto XVI en el discurso en la Universidad de Ratisbona. No es fácil ni agradable hacerle clases a alguien que ha decidido de antemano que el ramo que uno está dando no le interesa ni es importante (porque no le sirve). Entonces se hace la petición inesperada: “trate este ramo como si le interesara”. Nunca deja de sorprender un poco. Lo que pide el profesor es algo considerado tan inferior que es asombroso que se mencione: simple acatamiento externo. No se trata de que el alumno, a fuerza de parecer llegue a ser, no, eso no se alcanza en un semestre, se trata simplemente de convivir como personas civilizadas (“aunque este ramo no le importe, llegue a la hora, no se pase la clase mirando su smartphone o conversando, tenga el cuaderno abierto y un lápiz encima aunque no pretenda tomar apuntes”.)

Creo que la sorpresa de los estudiantes cuando escuchan esa petición se debe al sentimentalismo que permea nuestra cultura: lo interno, que es lo que realmente vale, debería reflejarse en lo externo, que no vale nada; lo contrario sería hipocresía. (Es común que se confundan los impulsos con la interioridad, lo espontáneo con lo auténtico, pero eso daría para muy largo.) Que alguien pida simplemente una conducta externamente buena, sin intentar conseguir la adhesión interior, es algo pocas veces visto. Y aun así, puede que una petición de ese tipo haga referencia a algo tan interno que sea hasta desconocido: el auto-dominio como la única manera de salir de uno mismo.

martes, 13 de octubre de 2015

A los buenos profesores

Cuando se proclama la igualdad a los cuatro vientos parece que se olvida que, si bien somos todos igualmente humanos, que es lo esencial, somos distintos en tantos otros aspectos. El sólo pensar en la idea de jerarquías o en relaciones de dependencia no elegidas puede causar incomodidad a más de uno. Pero hay muchas cosas recibidas sin que se las haya pedido, que generan esas relaciones. La más obvia es la vida, que se recibe de los padres, y ese don establece con ellos una situación de deuda que no puede saldarse. No es la única. Como al ser humano no le basta simplemente con vivir porque es un ser racional, además de la vida biológica, ha de recibir la vida intelectual, la vida del espíritu, que tampoco puede dársela a sí mismo (sólo una vez que la ha recibido puede fortalecerla y acrecentarla por sí mismo). Frente a quienes le han dado vida, ya sea la del cuerpo o la del intelecto, el hombre tiene una deuda impagable. Pero que no se pueda retribuir el beneficio recibido no quiere decir que no se pueda hacer nada. Las deudas que no se pueden pagar requieren de una actitud apropiada, la gratitud. Al respecto, dice Josef Pieper, que es por eso que el pago en dinero que se le da a los que ejercen ciertas profesiones, como la medicina o la enseñanza, es un honorario más que un sueldo: la vida y el saber no pueden equipararse a ninguna cosa material, en estricto rigor, no se pueden pagar, sólo se pueden compensar de manera simbólica. ¿Cómo puede retribuirle uno quien le enseñó a leer o a quien le mostró un mundo nuevo en la literatura, el arte o las ciencias? Imposible, no se puede devolver la mano. Es una deuda impagable. Vaya pues en este día del profesor un agradecimiento a todos aquellos que nos enseñaron algo. Trataremos, a su vez, de trasmitirlo a otros.

martes, 6 de octubre de 2015

Aborto: religión, ciencia y falacias

Las argumentaciones a favor del aborto contienen tantas falacias que es cansador tener que sentarse a refutarlas. A veces uno duda si vale la pena el esfuerzo de tratar de exponer el propio punto de vista a quién ya tiene todas sus conclusiones decididas de antemano, pero nunca se pierde la esperanza de que en el diálogo de sordos a alguno se le abran los oídos.

Quizás lo que corresponde hacer en primer lugar es referirse a las etiquetas: “ultra-conservador” (parece que en Chile hay sólo dos posiciones políticas, los ultra-conservadores y los razonables). Que los conservadores seamos contrarios al aborto no implica que no haya gente pro-vida en otras partes del espectro político. Que figuras tan emblemáticas de la izquierda como Norberto Bobbio o Tabaré Vázquez hayan sido contrarios al aborto se oculta convenientemente (al respecto, recomiendo leer esto). Pero en última instancia eso da lo mismo: no importa si una postura es ultra-conservadora o ultra-liberal, lo que importa es que sea correcta o errónea. Poner una etiqueta es asumir de antemano la conclusión a la que se quiere llegar.

Otra etiqueta de la que hay que hacerse cargo es la referencia a la religión. Es verdad que la religión prohíbe el asesinato (y respecto de la imposibilidad de prohibir el asesinato desde una ética laica habría que leer a Adorno y Horkheimer en su Dialéctica de la Ilustración, pero eso ya sería demasiado en un debate como este), pero eso no hace que el argumento sobre el aborto sea un tema puramente religioso. El asunto es que esta prohibición se hace extensiva a los no nacidos. Lo que habría que ver es qué argumentos dan las iglesias para oponerse al aborto, eso sí sería diálogo (un creyente puede dar argumentos basados en la razón natural). Por lo demás, la prohibición del aborto es compartida por agnósticos como Bobbio y su origen puede rastrearse hasta el juramento de los médicos, redactado antes de la aparición del cristianismo.

También está el asunto de la agrupación: por supuesto, quienes hoy se oponen al aborto son los mismos que ayer se oponían a un montón de cosas buenas. Aunque decir algo así implica simplificar la historia y dar por resueltos debates aun abiertos, pase (en beneficio de la brevedad), pero, de nuevo, eso no zanja el tema. Se podría hacer la operación inversa: por ejemplo, quienes hoy apoyan el aborto ayer eran partidarios de la eugenesia racial o de los totalitarismos (los llamados progresistas tienen, naturalmente, mala memoria), pero eso sería subir innecesariamente el volumen, y además sería injusto con algunas personas particulares que no caben dentro de los grupos.

Pero yendo más allá de las etiquetas, lo que es verdaderamente útil en el debate sobre el aborto es aclarar algunas nociones ambiguas y revisar algunos postulados que no se cuestionan. Una distinción que hay que hacer es entre el todo y la parte. Una parte de un ser vivo estará viva, pero no constituye un ser vivo individual. Si una parte de un ser vivo puede mantenerse viva fuera de éste hay que ver si tiende a permanecer como parte (ayudada desde fuera) o a formar un nuevo todo (dirigiendo su desarrollo desde sí misma). Una célula de piel humana que se multiplica en una placa de Petri, por lo tanto, es humana (de la especie Homo sapiens) pero no es un individuo humano. Esta distinción permite aclarar algunos equívocos. Si bien todo ser humano tiene su inicio en una célula, no toda célula humana es un individuo humano.

Por otra parte, la consideración acerca de la capacidad de una célula de dirigir su propio crecimiento y diferenciación permite entender mejor porqué es arbitrario atribuir la condición humana al desarrollo de ciertas estructuras, como la corteza cerebral o el sistema nervioso. Si un embrión que no tiene sistema nervioso no puede tener percepciones, sí tiene la capacidad de desarrollar su sistema nervioso que le permitirá tener percepciones. (Puesto de otra manera, un ser sin cerebro puede “fabricar” su propio cerebro.) Basar la “humanidad” en ciertas cualidades y no en la pertenencia a una especie es imponer una definición asumida de antemano (imposición que hacen quienes ya cumplen con la definición, por supuesto). Además, aparece el problema de que las cualidades son graduales (¿si para ser humano hay que tener auto-conciencia, una persona con mayor auto-conciencia es más humano que una que recién la ha adquirido?), pero no se puede pertenecer a medias a una especie. También podría cuestionarse el por qué de una cualidad y no otra (¿por qué poner la humanidad en la percepción –que es algo que se comparte con los animales– y no en el lenguaje?).

Queda el problema del nacimiento (en lo que respecta a la ley civil, también es necesario comprender la intención y los límites de la ley, pero eso alargaría tomaría demasiado espacio, en todo caso, la ley siempre se puede cambiar). El nacimiento algo que le ocurre a un ser, y que le puede ocurrir en un momento u otro, sin mayor diferencia. La dependencia que implica no haber nacido no tiene por qué implicar menos derechos. (Puesto de otra manera: un niño puede nacer prematuramente a las 30 semanas de gestación y quedar inscrito en el registro civil con su nombre y rut, mientras que otro que sigue en el útero a las 35, a pesar de estar más desarrollado, de llevar más tiempo vivo, no tiene existencia legal plena.)

Por último, es bueno comprender lo que la ciencia (palabra mágica) puede dar a conocer y lo que no. La ciencia puede determinar si un ser vivo es de una especie o de otra (aunque el concepto de especie sea complejo), la observación empírica puede determinar si algo es un ser vivo, una parte de un ser vivo o un conjunto de individuos, o si algo está vivo o muerto, pero no puede determinar si un ser vivo es persona o tiene derechos, puesto que esos son conceptos filosóficos.

Puede que una discusión sobre el aborto en que la intención sea comprender mejor los temas involucrados mediante el razonamiento riguroso, más que la descalificación del contrario por cualquier medio, ayude a superar algo el diálogo de sordos que hemos tenido hasta ahora.