La reciente eliminación de la asignatura de historia del programa obligatorio para tercero y cuarto medio suscita las reacciones esperadas. Nadie se mostró a favor del cambio y el gobierno tuvo que dar explicaciones. Esto ya ha había pasado cuando se propuso eliminar filosofía, todo muy predecible. La discusión, en cualquier caso, es casi, casi puramente teórica: los problemas de la educación en Chile son tantos y tan diferentes, que un cambio en el programa no afecta mucho lo que aprenden los alumnos. Sin embargo, esta preocupación tan superficial por la enseñanza de la historia (la controversia pasará pronto para dar lugar a otras preocupaciones) puede dejar algunas lecciones útiles, no para los estudiantes absorbidos por sus pantallas, sino para los adultos que se dedican a hablar de estas cosas cuando son noticia.
Quizás la primera lección es respecto al hecho mismo del cambio. No porque haya un cambio necesariamente habrá una mejora. Puede que lo que conveniente sea hacer bien lo que se supone que hay que hacer antes de intentar hacer algo distinto. La siguiente lección es básica, aunque cueste una vida aprenderla: siempre es una cosa por otra, no se puede tenerlo todo. Sería ideal que los estudiantes estudiaran de todo y en profundidad, pero un día sólo alcanza para tanto. De esto se sigue, como corolario, que no puede enseñarse en el colegio (tampoco en la Universidad) todo lo que es necesario y bueno para la vida, y la implicancia es que un estudiante suficientemente maduro como para movilizarse y protestar debe poner de su parte para aprender lo que considera valioso y que no está recibiendo en el colegio. Lo mismo se aplica a los padres.
Conviene considerar, también, que los programas existen en el papel, pero la realidad se da en sala de clases. De nada sirve -más que para sentirnos satisfechos de nosotros mismos- que en el programa haya muchas horas de historia y filosofía si las clases de dichas materias son deficientes por la indisciplina en el aula, la falta de interés de los alumnos, o la baja capacidad o formación del profesor. Quizás haya que comenzar reformulando los programas de las escuelas de pedagogía (tan llenos de forma y faltos de contenido).
Las consideraciones anteriores necesariamente llevan a las preguntas más fundamentales sobre la educación, sobre todo escolar: ¿Qué es lo que se quiere o espera del colegio? ¿Que prepare para el ingreso a la universidad, que prepare para el desempeño en la educación superior, que prepare para la “la vida” o “futuro”, o que entregue cultura general, que genere buenos ciudadanos para la República? Y estas preguntas no pueden responderse totalmente, porque en una sociedad como la nuestra, que intenta ser pluralista, hay demasiadas ideas incompatibles acerca de lo bueno. Quizás la lección más importante que deba extraerse de esto sea que a lo mejor no es bueno que un ente burocrático estatal, como el Ministerio de Educación, controle de manera directa o indirecta como se forma a los jóvenes, pero ningún gobierno se atrevería a implementar un cambio de ese tipo.